Carolina Videla

El cumpleaños

Cuántos años tiene es un misterio. Pero todos saben que es más vieja que el descubrimiento del fuego, que la humanidad misma. Su trabajo nunca termina, pero ama lo que hace y lo desempeña de manera sublime. El mínimo error puede causar efectos inimaginables. Tanto trabajo la hizo estresarse y, además, sus flacas piernas le terminaron tiritando junto con su mandíbula, y ya el pelo no es lo que solía ser. 

Me refiero a la nunca bien ponderada Muerte, poco querida por hombres y mujeres. Nadie habla de ella para no invocarla. Sus únicas amistades fieles eran Soledad, Esperanza, Tristeza, Risa y tenía un coqueteo loco con el Amor. Todos ellos entendían y comprendían su misión en la vida, por decirlo así.

Tantos años en su haber, y nadie nunca le había celebrado el cumpleaños. Risa, preocupada por “la flaca” (ya que estaba triste), buscó al resto de las amistades y les dijo: “Tenemos que organizarle su primer cumpleaños”,  y todos, felices con la idea, debían celebrar a su amiguita la Muerte. Así que… ¡manos a la obra! Amor era un cursi, por lo que adornó el espacio con corazones; de la música se encargó Tristeza, pero hubo que cambiarla, ya que reprodujo solo marchas fúnebres, por lo que Esperanza tomó el cargo y se consiguió una banda de alegre cumbia para que animara a todos los comensales. Risa se encargó del show de stand up. Todo estaba listo para la celebración.

Ya en la tarde, a lo lejos se vio una guadaña asomada: era la Muerte, que venía llegando y dispuesta a hacer una pausa en su trabajo. Todos sus amigos y conocidos estaban escondidos: Placer estaba bajo las sábanas; Soledad, con Risa dentro de un estante; Tristeza,  tras las botellas de vino; Amor, agachada entre los globos de corazones…

Cuando la Muerte entró, Amor encendió las luces y todos gritaron: “¡Sorpresa, amiga!”.

Muerte casi si se “muere” de la impresión; la emoción la embargó. La banda comenzó a tocar, y se armó la fiesta. Se alzaron las copas en brindis; avanzaban los garzones con bandejas de sanguchitos. Amor, coquetamente, se le acercó dando pasitos de baile, le guiñó un ojo y tomó su huesuda mano y la invitó a bailar. Ella dejó a un lado la guadaña y comenzó a dar pasitos tímidos de baile, hasta que fue agarrando confianza y su danza se transformó en frenética. Movía los brazos de un lado al otro; reía a carcajadas. La Flaca estaba feliz.

Pero, si la Muerte estaba celebrando, ¿quién se preocupaba de los muertos? Nadie. El jefe allá arriba aún no se había dado cuenta.

En la Tierra estaba quedando un desastre tras otro. Las batallas no finalizaban nunca; el soldado enemigo disparaba, acuchillaba, golpeaba, y nada: el contrincante no moría. En los hospitales, los enfermos desahuciados seguían agónicos, y los suicidas se colgaban y no morían, bajándose de la cuerda cuando les daba hambre o ganas de ir al baño. Nadie se moría.

Mientras tanto, la fiesta seguía. Esperanza movía sus caderas de lado a lado y daba inicio a un trencito. Risa repartía los tragos; Soledad estaba preparando más sanguchitos. Tristeza ya estaba media borracha y se había bajoneado un poco. La Muerte, ya medio embriagada, no cabía más en felicidad: bailaba, cantaba, etcétera. Hasta que se dio cuenta de la hora que era y se puso pálida, aunque no lo crean. Estaba como loca pensando en qué podía estar ocurriendo en la Tierra mientras ella estaba de jolgorio.

Desesperada, dio por terminada la fiesta, despidió a los invitados y pidió ayuda para ponerse al día con su trabajo. Amor, Risa, Tristeza y Soledad se ofrecieron a ayudar. La Muerte le pasó a cada uno una guadaña y una túnica negra. La tropa de la muerte escuchó instrucciones y se fue a la Tierra en búsqueda de todos los muertos en espera. Esperanza se quedó en casa para que no se perdiera.

Es por eso que, hasta el día de hoy, hay quienes mueren por Tristeza, Soledad y por Amor. Pero nadie, absolutamente nadie, ha muerto de Risa.