Enrique Gómez
Querido amigo
¿Aún me recuerda? Hoy no es mi mejor viernes, ni está lloviendo; hoy no sucede nada salvo su larga ausencia. El sol ha amanecido de nuevo sin usted en mi taza de café. Desde que falta, las montañas panzudas practican yoga torpemente; el horizonte alterna tonalidades incoloras, con una belleza tan artificial que provocan el llanto a los marineros más rudos. El resto permanece igual: las calles siguen tan enfurecidas como cuando usted se bañaba en aquellos lodos de miel y cacao para luego mancharlas con sus pisadas; los semáforos imponen desorden cada vez que se acuerdan de que noviembre y diciembre decidieron divorciarse; los perros pasean por las cornisas de los árboles; y los chóferes de autobús discuten de política con los retrovisores.
Los libros, hartos de palabras, han decidido solo contener números primos. Esto hace difícil su lectura, pero los llena de matices. En este nuevo orden literario, que es a la vez matemático y metafórico, cada número refleja no solo un sonido sino también una emoción encapsulada. Los amantes de la poesía, desafiados por esta innovación, aprenden a descifrar sentimientos a través de la distancia entre los dígitos, encontrando en los espacios vacíos ecos de palabras no dichas. Le paso copia de mi verso preferido, un endecasílabo que he encontrado recientemente en un viejo soneto: «3-11 17-29-37 19 23-41 5-47-2». Espero que disfrute de él tanto como yo he llorado al leerlo.
Mi cotidianidad conserva los rasgos de moderada sensatez que usted tanto admiraba. En la cocina, la batidora discute de filosofía con las cucharas; las tazas de café se desesperan intentando enseñar ballet a las servilletas; los platos, aburridos, intentan llamar la atención del microondas, que sueña con ser un telescopio y espiar desde lejos a la vecina aquella que un día se alejó. En el salón, los cojines del sofá han formado un coro y cantan opereta, dirigidos por un mando a distancia que perdió su vocación por el teatro. El reloj de pared, cansado de medir el tiempo, ha decidido contar historias de aventuras sobre segundos y minutos que escapan para poder vivir libres en un tiempo relativo. Mientras tanto, en el aseo, la bañera intenta aprender a convertirse en piscina olímpica y los cepillos de dientes organizan carreras de relevos por el borde del lavabo. Cada objeto, con su propia visión de lo prudente, contribuye a un hogar donde lo irrelevante ha dado paso a lo maravillosamente lógico.
Mi querido amigo, cuánto lo echamos de menos… Supongo que su decisión de abandonarnos fue un arranque indeseado de cordura del que espero que haya mejorado. Releo en su diario los apuntes de los últimos días, antes de irse, y me imagino las razones que desencadenaron su marcha. Su letra se va crispando según avanzan los renglones ondulados y las palabras comienzan a transformarse en pequeños insectos que saltan y desaparecen debajo de la mesa. En la última página, los márgenes están llenos de dibujos de paraguas que se abren bajo un cielo de mermelada de naranja. En ella encontré su última entrada: «La tostadora ha comenzado a predicar el evangelio y los libros se han cansado tanto de sostener historias que ahora solo acogen recetas de vientos del norte». Me pregunto si, en algún momento, los peces de su acuario realmente conversaron con usted sobre teología marina, o si el reloj de la cocina finalmente confesó su verdadera edad, sumándole siglos cada vez que marcaba la medianoche. Cada línea de su diario es un laberinto, donde las palabras construyen y deconstruyen realidades en un parpadeo, dejándome en un estado de encantadora confusión.
¿Cómo está el clima por allí? ¿Tiene decidido su regreso? Aquí, el invierno ha decidido renunciar a su frío, optando en cambio por cultivar tulipanes. Los termómetros, inquietos, se han declarado en huelga y reivindican condiciones de trabajo más estables. No deje de escribirme y, en cuanto se sienta fuerte para ello, regrese por los caminos más peligrosos, mienta sobre su origen a los bandoleros que encuentre y confúndalos sobre su destino, que espero que sea este.
Atentamente.
Su amigo