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Un millar por la luz solar

Osbaldo Contreras

La Tierra había recibido un ultimátum extraterrestre. Eso fue el veintiuno de marzo de 2022, al mediodía, hora de la Ciudad de México. El mensaje apareció en el cielo. Flotando sobre toda población del planeta. Escrito en el idioma de cada lector. Este decía: «Humanos, el tiempo de uso gratuito de la luz del sol está por caducar. Si desean continuar con sus beneficios, la cuota anual será de un millar de bebés. No mayores de tres de sus meses y en buen estado de salud. En promedio, cinco por país, y todos deben aportar».

 

Junto al mensaje, un reloj de cuenta regresiva con un plazo de un año. El punto de reunión de los recién nacidos sería el desierto de Sonora. Ellos dispondrían de un contenedor para la recolección. De no llevarse a cabo el pago, bloquearían de manera permanente la esfera del sol, con un disco opaco. Similar a un eclipse total de sol. Aparte del mensaje sobre cada ciudad, no volvimos a recibir ningún otro. Tampoco hubo cambios en la información, ni avistamientos de naves espaciales, o por lo menos algún alienígena para corroborar su procedencia.

 

Los primeros meses, se mantuvieron acaloradas reuniones entre los líderes mundiales. Aunque casi siempre terminaban en desacuerdos y acusaciones. Se consideraba la posibilidad de que todo había sido orquestado desde la propia Tierra por los países más desarrollados, en busca de infundir temor en la población. Luego se tornaron demasiado hostiles al grado de cancelarlas. Fue un fracaso. No supieron anteponer el bien común. Después la gente comenzó a ignorar el temporalizador en el cielo. Regresaron a la normalidad.

 

El plazo seguía acercándose. La solicitud hecha por los aparentes extraterrestres seguía en pie. Muchas naciones, sobre todo los de tercer mundo, desconfiaron. ¿Qué pruebas tenían de la supuesta amenaza en contra de la humanidad? La historia demostraba que los países desarrollados manipulaban el mundo y la información. Con tecnología todo era posible. Aseguraban que de esa forma se allegarían de bebés sanos de todo el planeta y, tal vez, les permitiría experimentar con ellos en la creación de armas biológicas. Un fracaso total.

 

Entregar a cinco recién nacidos a los mexicanos no parecía una opción lógica. ¿Qué tal que los ponían a pedir limosna, los rellenaban de droga o los revendían? ¿Dónde estaba el contenedor? En el desierto no había nada. ¿Por qué no en el Amazonas? También tenía mucha tierra árida. Seguro Estados Unidos estaba involucrado y controlaba la operación. Para sorpresa de todos, el siguiente febrero, apareció un cubo orgánico de un kilómetro por lado, justo en el desierto de Sonora.

 

Cuando la población mundial se enteró de la noticia, todo se salió de control. Se volcaron a saquear tiendas departamentales, supermercados, abarrotes, y todo lugar que pudieron. También lo hicieron en casas, hospitales y más. Se mataban por un abrigo, una cobija, latas de conserva, medicamentos, agua potable, combustible, fósforos, linternas y baterías de todo tipo. 

 

El mediodía del veinte de marzo de 2023, el reloj marcó las últimas veinticuatro horas. En ese momento, se formó un punto negro en el centro de la esfera del sol. Fue creciendo con lentitud, de manera progresiva, como el pánico entre la gente. ¡Todo era verdad! Cortarían el suministro de rayos solares. Tenían la capacidad de tapar el sol y se había iniciado el proceso. Esa misma tarde, en todo el mundo, la mayoría de las personas abandonaron sus actividades al enterarse. Se dedicaron a contemplar el último atardecer. Aunque lucía como una dona cayendo por el horizonte, era aterrador. 

 

No parecía que fuera la primavera. Esa tarde, noche y madrugada fueron heladas. Nadie estaba preparado para tanto cambio en la temperatura. Los que intentaron observar la última salida del sol se enfrentaron a una gélida mañana. Los hogares estaban cubiertos de nieve. La iluminación era pobre. Incluso en el Ecuador, donde la gente moría de frío. Dentro de las casas comenzaron a apagar las luces; deseaban ahorrar energía eléctrica. No sabían cuánto podría llegar a durarles. Mil bebés al año ya no parecían un trato tan malo, solo que ya era demasiado tarde. Los últimos rayos del sol acababan de extinguirse para siempre.

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