Supervitaminas
Angélica Moreno
Un polo de Gucci, unos vaqueros Emporio Armani junto a unas Lacost vestían el trabajado cuerpo de Larry. Con tan solo 22 años, era fachada. Esa mañana se dirigía a la consulta como cada mes; esperó su turno en la sala mientras repartía likes en sus redes sociales. Iba acompañado por su chofer, que lo esperaba fuera: sus padres siempre tenían múltiples reuniones.
─Hola. ─Una fina voz sacó a Larry de sus pensamientos. Al mirar a su izquierda, comprobó que era de un niño de unos siete u ocho años, con unos ojos inmensos y una sincera sonrisa.
─Ey… ─Los niños no eran lo suyo, pero aquel curioso siguió hablando:
─¿Cómo te llamas? Yo, Daniels y mi hermano, Anthony. Hoy es un gran día. Le van a decir que no necesita más vitaminas. ¿Tú también has tomado vitaminas? Qué fuerte estás; mi hermano también lo estaba. Es mi superhéroe; lo llamo Ant, como al superhéroe hormiga. ¿Sabes cuál es? Tú puedes ser Thor. Como eres rubio y tienes esos brazos… ¿No se te cae el pelo por las vitaminas? ─El pequeño, como una ametralladora, expulsaba palabras que a Larry no le daba tiempo a procesar.
─Eh… Me llamo Larry. Sí, he tomado vitaminas. ─Supuso que su hermano le hacía creer que recibir quimio eran vitaminas. ¿Cómo le cuentas a un niño que es el cáncer?─. El pelo no se me ha caído porque… porque las vitaminas que yo tomaba serían diferentes a las de tu hermano. Cada superhéroe tiene las suyas propias ─concluyó, creyendo que eso calmaría su curiosidad.
─¡Es cierto! Cada superhéroe tiene su poder. ¿Quieres ser nuestro amigo? Seguro que mi hermano te cae bien. Es el mejor del mundo mundial. Desde que papá y mamá se fueron al cielo, me cuida. ¿Quieres comerte una hamburguesa con nosotros?
─Pues… ─En ese momento, la puerta de la consulta se abrió y pudo ver cómo salía el doctor junto a un chico alto de complexión delgada, más bien consumida. Sin cabello y con la misma sonrisa de aquel enano que no paraba de hablar.
─Dani, ¿estás molestando? ─se dirigió al niño con una entrañable mirada que provocó que el corazón de Larry se encogiese. Ver la unión entre ellos le hizo pensar en la familia tan desaliñada que él tenía─. Perdone a mi hermano; cuando habla, parece un dragón que escupe fuego.
─Para nada. Y puedes hablarme de ti; creo que nuestra edad no debe de ser muy distinta. ─Anthony asintió y, al mirar a Larry de arriba abajo, este pudo percibir cómo su vestimenta le hacía crear una imagen que aquel tomaba como superior y eso por primera vez, no le gustó. El doctor, en ese momento, le indicó a Larry que entrase. Antes de cerrar la puerta, llamó la atención de Anthony cuando vio nuevamente al pequeño en la sala.
─Anthony, perdona. ─Bajando la voz para que el niño no escuchase, comentó─: ¿Has pensado en ir a visitar a vuestros tíos para que pase tiempo con ellos?
─No sé cómo hacerlo. Pero le prometo que me pondré a ello. ─Sin más se dio la vuelta, y se fue junto al que era el motor de su vida. El doctor cerró la puerta y se dirigió a Larry, que sí había escuchado todo:
─¿Qué tal, Señor Miller? Los análisis están bien; el tratamiento actuó correctamente y los marcadores tumorales, perfectos. Continuaremos con revisiones. ─Larry asintió, pero esta vez no mostró ningún ápice de alegría. No pudo callar y preguntó:
─¿Qué le ocurre al chico que ha estado aquí antes? ¿Por qué le ha dicho que visite a sus tíos?
─No puedo hablar de mis pacientes y… ─ Larry no lo dejó continuar y se apresuró a decir:
─Mi familia está forrada. Si ese chico necesita un tratamiento más caro, lo pagaré. Y no me venga con la política de los médicos. Le estoy ofreciendo ayuda para salvar una vida. ─Aquel viejo bonachón sonrió. En el tiempo que conocía a Larry jamás lo había visto preocuparse por algo más que sus músculos y su pelo. Tras haberlo puesto al corriente de la enfermedad de aquel y de haberle dicho que existían posibilidades, se pusieron a ello.