Sonic

Raquel Corrales

raquel corrales

¡¡¡Seeeeeeegaaaaaa!!!

Sonic me guiñaba su ojo desde la pantalla. Aquel erizo veloz de color azul y zapatillas rojas había conseguido que yo, que solo me había picado en toda mi vida a jugar al famosos tetris, estuviera ahora en el nivel 10, el mundo acuático.  Solo me faltaban 4 niveles más, y habría completado el juego. La sensación que me producía hacerme con todas las anillas de los mundos de Sonic, saltar sobre los baúles con premio y derrotar a los bichos punzantes era indescriptible. Mi tío me regaló la Mega Drive el año pasado, y hasta hace dos meses había estado sola en la estantería. Aquel año, 1992, habíamos estado más ocupados con la Expo de Sevilla. Las actividades del colegio y las visitas a la expo no nos habían dejado espacio para otras cosas. Mis compañeros de clase me habían hablado de este juego, pero ya os digo: mi vida estaba demasiado ajetreada. Mi primo David venía los sábados a comer, y en la remesa nos zambullíamos con nuestros mandos vibradores en la habitación durante horas y horas. 

—¡Mierda, Paty!, me has quitado la esfera, jolín. Era míaaa….

—Deivid, aquí nada es de nadie.  Haber sido más rápido perroflauta…

Con el sonido del juego, nuestros dedos apretando los mandos y con los gritos que pegábamos, no escuchamos los pasos de mi madre.

—¡A ver! ¡Par de dos! Hace un día estupendo para que estéis aquí metidos. ¿Por qué no bajáis al parque o a jugar a la pelota un rato? Estas maquinitas os dejan atontados. Nada bueno os va a traer este videojuego. Venga.  ¡A la calle!

Con un gesto rápido y preciso, desenchufó la Mega Drive. Atónitos,  mi primo y yo nos echamos a llorar. No podíamos creer aquello. Si no querían que jugara, ¿para qué me la habían regalado? Rabiosa, cogí la pelota y crucé la puerta de casa aún con lágrimas en los ojos. En la plaza del barrio solo estaban Esther, marimandona donde las haya, con su perra luna y con Eva, la escolta súbdita de la otra. Eva me caía bien, pero yo no soportaba que me mandaran y me dijera  lo que tenía que hacer. Así, empecé a jugar con mi primo al balón. 

—¡Jo, Paty! Estábamos a punto de pasarnos la pantalla. La tía es tonta….

—Más tonto es tu padre que me regaló la consola. Ya me dirás tú para qué.  Los mayores no tienen ni idea. Hacen cosas contradictorias todo el rato. En fin…Venga, que lanzo. 

Le di una patada supersónica al balón. No pensé que iba a darle con tanta fuerza. Además,  me imaginaba que el cabezón de mi primo se protegería con las manos, pero no: la pelota impactó en su cara. Con la velocidad  e intensidad que le di, David cayó al suelo inconsciente. Los adultos que había en la plaza corrieron rápidamente a socorrerlo. Avisaron a mi madre, que bajó con los ruleros puestos.

—¡Por el amor de Dios! Pero, hija, ¿no podéis jugar más suave? Mira que sois bestias de verdad. 

La ambulancia no tardó mucho en llegar. Reanimaron a mi primo, y todo quedó en un susto y un chichón.

—¿Ves mamá?,  Sonic no lanza balones. Es un juego virtual que no hace daño. Tienes que adaptarte a los tiempos.

—Tira para casa, que al final te doy…

Aquel fin de semana, con mi primo y su chichón, nos dejaron pasar el juego entero. Estuvimos encerrados sábado y domingo incluidos. El ambiente cargado y el olor a pies de la habitación pasaban desapercibidos a nuestras ansias de jugar. Sonic era genial. Al correr, si pulsabas  el círculo del mando y el símbolo “>” a la vez, se proyectaba él solo a la velocidad de la luz y llegaba al final en un instante. En la pantalla definitiva, la competición contra el monstruo fue apoteósica.  Descubrimos otro truco: girar y girar el joystick  del mando sin control.  De ese modo, Sonic lanzaba patadas de infarto y caía fuego sobre la bestia. Nos costó cuatro o cinco partidas derrotarlo, pero lo conseguimos.

Siempre lo recordaré. ¡Habemus Sonic!