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Darío Jaramillo

Los reportes de menores desaparecidos comenzaron a elevarse en la demarcación; el primer caso fue el de Ana.  A la semana de su reporte, ya se habían sumado otros 15 casos. Cuando el mes terminó, ya eran 28 los menores de edad (de entre 7 y 13 años) que parecían haberse desvanecido.

––¿Qué piensa, boss?, ¿será alguna de las redes de trata? ––preguntó el oficial Contreras.

––No, los contactos que tenemos nos aseguran que no han estado reclutando en esta demarcación ––respondió la detective en jefe, Laura Rubio, como si su mente estuviera en otro lado.

Las entrevistas con los padres resultaron ser una fuente de frustración para Rubio y para Contreras. Algunos ni siquiera se molestaron en darle seguimiento a la denuncia de persona extraviada; otros no recordaban qué ropa llevaban puesta sus hijos la última vez que los habían visto. Cuando estaban a punto de finalizar los interrogatorios, llegó la primera luz de esperanza de resolver el caso.

Los padres de Cristal comentaron que, unos días antes de su desaparición, ella había comenzado a comportarse de manera rebelde y quería pasar más tiempo del permitido jugando videojuegos en la computadora.

––Vamos a necesitar que la unidad de crímenes cibernéticos examine el aparato, señora Rodríguez ––solicitó Contreras.

Del disco duro se recuperaron las conversaciones del Messenger de Facebook; Cristal había entablado una amistad con un sujeto de nombre Mario. Su foto de perfil era de un jugador de Halo y habían fijado una cita para jugar en la casa de él, exactamente el último día que se había podido corroborar su paradero. Contreras y Rubio se dirigieron de inmediato al lugar.

Llamaron a la puerta en varias ocasiones; después de quince minutos, un sujeto de aproximadamente 25 años abrió la puerta. 

––¿Qué quieren? Estaba a la mitad de una partida on line ––se quejó contrariado.

––¿Conoces a esta niña? —Rubio le mostró la ficha de desaparición de Cristal. 

 

––Sí, es una de mis followers de Twitch.

––¿Podemos pasar? Queremos hacerle unas preguntas ––informó Contreras.

––Adelante.

El lugar se veía impecable, como si acabaran de hacer una limpieza profunda; el sujeto también lucía pulcro. 

––¿Cuál es su nombre y qué relación tiene con la menor? —preguntó Rubio  

––Me llamo Mario Cañadas y Cristal es mi amiga; jugamos en línea Halo ––explicó.

––Está desaparecida. Supongo que no sabrás dónde puede estar, ¿verdad? 

––Lo siento, oficiales ––se disculpó Mario mientras se encogía de hombros, sin mostrarse preocupado por el paradero de Cristal.

Los detectives cruzaron miradas, y Rubio preguntó si podía usar su baño. Mario accedió, siguiéndola con la mirada mientras caminaba por el corredor. La voz de Contreras lo distrajo justo cuando la oficial llegaba al final del pasillo, por lo que no se percató de que, en lugar de haber abierto la puerta de la derecha, había abierto la de la izquierda.

Rubio sabía que tenía poco tiempo; la recámara estaba ordenada. Sobre el escritorio no había nada que pareciera fuera de lugar. Paseó la vista por el resto de la habitación y, entonces, algo llamó su atención: una agujeta rosa salía por debajo del clóset.

La oficial se acercó lentamente y deslizó la puerta; una cascada de zapatos comenzó a caer: unos más pequeños que otros; lisos; otros con el hombre araña impreso en el empeine. Algunos lucían casi nuevos y otros tenían hoyos.

Rubio apareció en la sala con uno de los tenis.

––Señor Cañadas, ¿me puede explicar qué hace con esto?

––Son boletos; ellos vienen a mí, y yo los ayudo a cruzar a un mundo donde ya no tendrán que sufrir y pueden dedicarse a jugar por siempre ––dijo sonriendo.

Contreras pidió apoyo por radio.

––Oficiales, ¿de qué van a acusarme?, ¿de coleccionar zapatos?  No he lastimado a nadie; como pueden ver, no hay prueba de que se haya cometido un delito. Asómense al clóset si tienen dudas.

Los detectives volvieron a la habitación; mientras continuaban sacando tenis, Mario quitó la pausa del juego. En la pantalla comenzaron a flashear los nombres de los jugadores. Las 30 plazas fueron llenándose: el primer nombre era el de Ana, el antepenúltimo, el de Cristal. 

Rubio y Contreras no volvieron de su asignación; cuando los refuerzos llegaron, lo único que alcanzaron a recuperar fueron sus zapatos.