No muerto

Pedro Muelas

A/A del departamento de seguros de defunción

Le escribo para comentar los hechos que acontecieron el pasado lunes y solicitar una aclaración sobre la calidad de sus servicios. 

Primero advertir que los rumores sobre mi muerte estuvieron sobrevalorados desde el primer momento. Me encontraba en un viaje de trabajo con la señorita M.G. del departamento de Contabilidad. Debido a que el viaje era pagado por la empresa, decidimos contratar una sola habitación. Además, para ahorrar emisiones al planeta, decidimos compartir cama para no pasar frío. El vehículo de la empresa fue robado mientras nos encontrábamos trabajando, por lo que no lo advertí hasta el lunes por la mañana, cuando nos dispusimos a volver a la oficina. 

Yo me presenté en mi puesto de trabajo puntualmente, momento en el que me informaron que mi sepelio se iniciaría en una hora. Decidí presentarme en el lugar indicado, pues quería ver si el dinero invertido en mi seguro estaba siendo aprovechado. Debido a la mascarilla y a las gafas de sol, conseguí pasar inadvertido. Lo primero pensé fue que me había equivocado de sala, pues allí todo el mundo me apreciaba y en vida me veían por los pasillos y no me saludaban. Ahí empecé a notar que la calidad de mi servicio funerario dejaba mucho que desear. No pusieron la cinta de los Chichos que había dejado preparada para tal efecto con la excusa de no disponer de un reproductor apropiado. Se estaba perdiendo música muy buena, como la del profeta de Albacete, el mejor cantante del mundo.

Pasé a ver la decoración del ataúd para descubrir un bloque de madera de lujo finamente decorado con bajorrelieves. La gente estaba encantada con él y lo admiraban en voz alta por mi gusto y elegancia. Esto me demuestra su ignorancia sobre mi persona, pues yo nunca he tenido ni gusto ni elegancia. Me prometieron que, en caso de ser posible, me enterrarían en una réplica funcional del robot Mazinger, controlado mentalmente por mi gato Zurraspas. ¿Tan difícil era cumplir esta promesa?

Tantas decepciones acabaron por afectarme, y empecé a encontrarme mal. Decidí buscar el catering que contraté para tomar un refrigerio solo para descubrir que habían puesto unas copas de vino, refrescos y canapés de lujo. ¿Pero qué clase de sepelio era ese? Yo les dejé claro que debían servir jarras de Tang y, de comer, Panteras Rosas, Bucaneros y alfajores Capitán del Espacio.

Como se me había quitado el hambre, me acerqué a ver mi supuesto cadáver. Me enteré de que había fallecido en un accidente de tráfico. La autopsia afirmaba que el conductor estaba jugando con una máquina de Tetris mientras conducía, algo muy propio de mí, por lo que entiendo la confusión que los llevó a identificarlo erróneamente. Había llegado el momento de mostrarme abiertamente; me quité mi disfraz delante de todos y llamé su atención. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar las caras de decepción en los asistentes a mi funeral al haber descubierto mi situación de NO MUERTO. No los culpo de esto último, pero adjunto una lista de personas que no estarán invitadas a mi próximo sepelio.

Sin más, me despido solicitando se tengan en cuenta mis quejas para futuros servicios funerarios que se presten, esta vez sí, a mi persona.