Mirtha Briñez

Lo breve de la felicidad

Marisa saboreaba su café en su lugar favorito, debajo de la pérgola, todavía lo extrañaba. Pese a que lo había aceptado; aún no entendía por qué había dejado de amarla. No sabía en qué había fallado. 

El cielo lucía soleado y limpio; la asalto la idea de un día de playa, era festivo y los niños no irían al colegio. El océano estaba a media hora de camino y hacía tiempo que no salían de paseo. Echaría un vistazo al canal del tiempo, ahora era tan impredecible. El pronóstico era favorable. Se alegró de que los niños no estuvieran con su padre, en Alemania estaba nevando, antes de tiempo.

―Buenos días dormilones.

―Mami, ¿nos prepararías panquecas?

―Sí, ustedes pongan la mesa, miren si tenemos miel. 

Los chiquillos con rapidez hicieron la tarea encomendada y devoraron con gusto el desayuno.

―Les tengo una sorpresa, iremos al mar. Apresúrense a preparar su equipaje, saben dónde están las cosas de playa. Yo voy a preparar la cesta con la comida.

― ¿Podemos comprar pollo frito?, queda de camino.

― ¡Qué brillante eres, hija!

Marisa les comentó, que en Alemania estaba nevando. Eran afortunados de vivir en un país cálido. El niño agregó que en escuela les habían hablado del cambio climático y habían dicho que la culpa era de los humanos; por su faltarle el respeto a la naturaleza. La madre les advirtió que cerca del mediodía debían salir del agua, el Sol presentaba explosiones en su superficie y los rayos que llegaba a la Tierra eran peligrosos para la piel. Los niños protestaron.

Todos estaban felices, pero como los había advertido, al acercarse el mediodía Marisa les recordó que había llegado la hora de dejar la playa. El disgusto les duro poco, la instalación del balneario contaba con una piscina techada, quedaron sorprendidos al verla llena de niños.  Su hijo se encontró con su mejor amigo y estaba feliz. El padre del niño se acercó a saludar a Marisa. Ella lo conocía de vista, solo sabía que era viudo.

Marisa los invitó a hacerles compañía y a compartir el almuerzo; él a tomar un aperitivo. Durante la conversación, él le contó cómo había perdido a su esposa tras batallar con una leucemia. Y lo difícil que era criar al niño solo, pero gracias a él pudo salir de la depresión.

Ella también le contó sobre su divorcio. La separación fue amistosa, no tuvieron pleito por los niños ni por la casa. Su ex sufragaba todos los gastos de los hijos e incluso la había ayudado a iniciar su negocio. También le confesó que no entendía los motivos por los que la había dejado.  

―Su nueva esposa; no es más joven, ni más bella, ni más inteligente. Quizás me volví aburrida, y dedicaba mucho tiempo a los hijos.

― ¿Él y su nueva esposa tienen hijos? 

―No, ella es estéril y no era un secreto.

― ¿Cómo es la relación de él con los niños?

―Buena, aunque comparten poco. Ellos viajan mucho por razones de trabajo. Ahora residen en Alemania.

― ¿Cuándo se casaron él quería niños?

―Supongo que sí. Él sabía que yo anhelaba una familia.

―Nunca pensó que él no estaba preparado para ser padre.

 ―La verdad, no.

―Aunque no lo conozco, me atrevería a decir que usted no tiene la culpa. No todos queremos ser padres.

―Nunca había pensado en esa posibilidad. Creo que esa puede ser la respuesta a la separación.

Después de la comida, al atardecer fueron de nuevo a la playa, los niños querían jugar en la arena y darse otro chapuzón.

 

Ambos estaban de acuerdo de que habían pasado un rato agradable y debía repetirse.  Él recogía las toallas, mientras ella a orilla de la playa; los juguetes. Marisa pensaba que él era un buen partido, estaba preparada para una nueva relación. Lamentaba abandonar la playa, la tarde invitaba a ver el ocaso. 

De repente, un rayo cruzó el claro azul del firmamento, y fulminó a Marisa.