Little Boy | Lil Fernández
—¿Little boy? ¿Eres tú?
—Lo que estás viendo es un modelo a escala. Mi tamaño original era de tres metros de largo y pesaba un poco más de cuatro toneladas.
—Mi papá me dijo que tú mataste a mi bisabuelo.
—Seguramente así fue. Exploté a 600 metros de altura en una reacción nuclear en cadena sostenida equivalente a 15 Kilotones de TNT. De manera instantánea maté entre 70 y 80 mil personas, y después, a consecuencia de la radiación, acabé con muchos más: cerca de 140 mil.
—Todo eso ya nos lo explicó la maestra antes de venir. Lo que no entiendo, es cómo pudiste convertir a mi bisabuelo en una sombra. Mi papá dice que él era quien estaba esperando a que abriera el banco ese 6 de agosto a las 8:15 a.m., y que su cuerpo se transformó en una mancha oscura. Dijo que, por haber muerto de manera violenta, mi bisabuelo es ahora un espíritu errante, pero que cuando la sombra se borre por completo, su alma será libre.
—Esa mancha oscura no es tu bisabuelo, él se vaporizó con la explosión por el calor que llegó a más de un millón de grados centígrados. La explosión tuvo el efecto de aclarar el cemento, y las personas que estaban ahí, actuaron como un escudo. Lo que ahora se ve como una sombra, en realidad era el color original del piso y de las paredes.
—Algunos japoneses dicen que llegaste aquí porque era nuestro karma, resultado de las acciones militares de Japón en la Segunda Guerra Mundial en contra de países como China y Corea. Mi mamá dice que eso no es cierto, porque los que murieron fueron civiles que solo vivieron la guerra bajo un régimen autoritario, pero sin poder alguno en decisiones militares.
—Yo no sé si lo merecían o no. Solo sé que llegué y arrasé con todo, y así es como la guerra llegó a su fin.
—Hiciste mucho daño. Mi tío tenía 6 años cuando explotaste. Él sufrió graves quemaduras, pero sobrevivió. No podía comer pescado seco porque le recordaba el olor de los cuerpos calcinados. A los sobrevivientes les decimos hibakushas. De joven, mi tío se tuvo que ir a vivir a México porque acá discriminaban a todos los hibakushas.
—Han pasado casi 80 años. Es muy fuerte lo que guarda este museo: la ropa quemada, las fotografías, los objetos. La herida seguirá abierta, y lo que hice ha quedado grabado para siempre, pero mira Hiroshima, mira este lugar, ha florecido y ahora está dedicado a la paz.
—Antes de venir vi la película “Oppenhaimer”. ¿Sabías que en Japón se estrenó ocho meses después que en Estados Unidos? Creo que ya sé por qué: Durante toda la película estuve esperando que apareciera lo que pasó aquí y nunca pasaron nada de esto. Solo fue una película para que Estados Unidos pudiera justificar y validar el uso de armas nucleares.
—Tal vez, los japoneses deben hacer la otra película, una que cuente la otra parte de mí, no solo mi construcción y lanzamiento exitoso. Tal vez deban narrar la manera en la que estallé como una bola de fuego y cómo mi nube con forma de hongo arrastró polvo, escombros y cenizas radiactivas, y cómo avancé como una onda expansiva destruyendo todo. Que muestren cómo quedó la ciudad.
—Y de qué serviría hacer esa película, de todos modos, el daño está hecho.
—La gente está muy ocupada con sus vidas y sus pequeños problemas, cuando en realidad deberían preocuparse y ocuparse de la existencia de más de doce mil ojivas o cabezas nucleares en manos de nueve países, y con un poder destructivo 135 mil veces superior al mío. Creo que ni siquiera son capaces de imaginarlo.
—Apenas fui capaz de hacer una grulla de origami que la maestra nos pidió traer para colocarlas en el monumento a la paz.
—¡Mi pequeño niño! Los deseos en un papel tienen más poder que cualquier bomba.