La voz
Thelma Moore
Salir a media noche del Estudio de Doblajes me dio miedo por la oscuridad. Había dejado el auto a dos cuadras. Antes de llegar a él, un individuo me empujó a una camioneta. Otro sujeto me arrojó al piso trasero. Todo pasó en un instante.
Los dos se sentaron con sus patotas encima de mí.
─Órale, vieja loca, no te atrevas a moverte.
─Te va a cargar la chingada si no obedeces —distingo que me dice una voz ronca.
Temblando de susto, pregunto:
─¿Por qué hacen esto?
Como respuesta me patean la espalda y los muslos.
El otro, el de la voz cantada, saca un pañuelo y me tapa la boca mientras murmura:
─Con esto ya no darás lata.
Siento asfixia y dolor, pero trato de calmarme. Estoy acostumbrada a identificar las diferentes voces. Cuando paramos, a empellones me llevan a un cuartucho con un colchón mugriento en el piso.
Supongo que ya habrán hablado con Ernesto, mi marido, para pedirle rescate.
Me vendan los ojos y entra alguien con voz suave. Me explica que están pidiendo rescate, y se retira. Siento ganas de llorar; me siento en el colchón con desánimo. Estoy cansada y dolorida; me duermo.
Al despertar, veo, al fondo a la derecha, un cuarto de baño. El excusado está muy sucio, pero siento alivio al utilizarlo.
Pienso que mi marido ya habrá llamado a la policía o decidido pagar el rescate; de cualquier modo, perderemos el patrimonio.
Escuché que el ronco y el de la voz cantada conversan. Me acerco a la puerta para oír mejor. El ronco arguye sobre la necesidad de conseguir ayuda para no estar encerrados todo el tiempo.
El otro contesta:
─No, güey, lo tenemos prohibido, ¿no?
─Pos sí, pero qué tal si le decimos a tu vieja; ella no sabe nada. Así nos podremos largar a la cantina de la esquina. Si el jefe habla al celular, regresamos lueguito, ¿no, cabrón?
Me percato de su irresponsabilidad: punto a mi favor.
Enseguida oigo que el de la voz de cantaleta se despide, pero no oigo cerrar la puerta con llave.
Es como una obsesión pensar en mi esposo (en los comienzos de su carrera de actor, tan guapo y querido): lo que estará sufriendo… Mis recuerdos se interrumpen cuando percibo voces de nuevo. El ronco pregunta:
─¿Lograste convencer a tu vieja?
─Sí, llegará pasado el mediodía.
En eso, suena el celular. El ronco responde:
─Todo bien por acá, jefecito: el encargo no ha dado problemas… Sí, esperaremos nuevas órdenes.
Inicia mi estrategia de huida: quiero que se olviden de mí, para no causarles motivo de preocupación y se sientan relajados. No hago ningún ruido.
Después de mediodía, llega la mujer.
─¿Dónde están?
El de la voz cantada dice zalameramente:
─Esa es mi vieja, ¿no te lo dije compadre?, es hembra de palabra, ¿o no?
El ronco pregunta:
─Comadrita, ¿cómo está?
─Cansada, compadre, cansada. Fui a un velorio; no he dormido.
─Ahí hay un catre y puede dormirse cuanto quiera, pero venga a comer antes.
Cuando a las seis de la tarde se fueron, le indicaron a la incauta que por ningún motivo abriera la puerta del cuarto de atrás.
Escuché cuando la mujer se dejó caer en el catre y al poco rato roncaba fuerte. Esperé unos momentos y grité a voz en cuello:
─¡Ayuda!, ¡alguien, por favor! Mi hija necesita ayuda, ¡está muy mal!, ¡socorro!…
─Mamá, mamita, ¡ayúdame, me duele! ─Simulé la voz de la niña.
La mujer despierta asustada; instintivamente abrió la puerta y entra. Le señalo el cuarto de baño:
─Ahí está mi niña, ¡ayúdeme, por favor!
No bien la mujer se dirigió al baño, me escabullí y atranqué la puerta.
Después de haber caminado un trecho, encontré una patrulla y les conté lo que sucedía, así que me llevaron a la delegación.
La declaración tomó tres largas horas; después me llevaron a casa. Apenas entré, escuché música y me sorprendí. Oí la voz de Ernesto en el segundo piso, hablando con el de la voz suave. Les hice señas a los policías de que salieran. Les informé que uno de los raptores estaba en la recámara hablando con mi marido, pues lo había identificado por la voz.
Entramos a la recámara. ¡Qué espectáculo! Ahí estaban los dos hombres en la cama.
¡Ernesto se quería deshacer de mí!