La tóxica
Olivia Castillo
¡Calma tu ímpetu, noble conciencia!. No dejes que el coraje envilezca mis sentidos. Aplaca también tu ira y no permitas tampoco, que las palabras mal intencionadas me hagan reaccionar abruptamente, como hacen los insensatos! Debo reflexionar en esa acusación tan risible, que ha hecho esa mujer hacia mí. Según su despreciable boca, soy una envidiosa, que siempre ha codiciado todo lo que posee. ¡Habrase visto insensatez mayúscula!
Quién es la que a cada momento me ha cuestionado todo lo que hago: “¡ese vestido está muy bonito, pero no te queda bien!”, “¡tus calificaciones son buenas porque estudiaste cocina, pero si hubieras estudiado medicina, eso sí tendría mérito!, “¡Qué simpático es tu amigo, pero qué feo está!”. ¡Misericordia de Dios!, dame paciencia.
¿Envidiosa yo?, pues sí. ¿Acaso la envidia no es inherente al ser humano? Todos los hombres somos envidiosos; algunos más, otros menos, pero al fin envidiosos. ¿Por qué tendría yo que ser la excepción? Sin embargo, mi prima miente. Nunca he querido ser ella y no envidio nada de lo que tiene.
De niñas, a mi prima y a mí, siempre nos compraban los mismos juguetes, íbamos a la misma escuela, vacacionábamos en los mismos lugares, nos vestían igual, comíamos lo mismo. ¿Qué le podía envidiar yo a ella? ¿Tal vez su cabello rubio y sus grandes ojos negros?, Pues no. Mi cabello no es rubio pero es rojo zanahoria y mis ojos café claro. Ya sé, ¿quizá envidio su altura de jirafa mal comida?, tampoco. Mi estatura es aceptable. ¿Entonces, de dónde saca que la envidio?
Cuando Rima, mi prima, nos presentó a su novio, la familia quedó muy complacida con el joven porque era médico cirujano y empezó a recetarlos de sus dolencias sin cobrarles ni un solo quinto. Además era simpático y agradable. Eso provocó que sintiera un poco de celos, lo acepto, ya que yo no había encontrado un muchacho que me gustara y digno de presentarlo a mi prole. Creo que eso no tiene nada de malo.
Después, conocí a un muchacho y nos hicimos novios. Mi abuelita se volvió loca con él y viceversa, ya que compartían recetas de postres y guisos. Total, que Rima se molestó y dijo “tú sabes, verdad, no es lo mismo un médico que un cocinero”. Daba igual; ya que uno los alimenta y el otro los curaba.
Pero decir que soy una especie de Caín, que ambiciona los halagos que le propician a ella y que por eso fui corriendo a engancharme con cualquiera para hacerle la vida imposible; es inaudito. Creo que así como lo pintó esa víbora, resulta que soy una especie de tóxica que anda por la vida solo con el objetivo de causarle daño.
Al vilipendiarme delante de mi madre, lloriqueaba con su tono de voz tan melifluo: “No sé cómo comportarme para que Luna no se sienta ofendida con mi presencia!” y lo más cruel fue la mirada de desprecio que el resto de mis consanguíneos me hacían, por hacer sufrir a tan delicada serpiente venenosa.
Ahora, la sentencia de mi madre me ha acabado, “¡con tu actitud divides a la familia, y causas la discordia entre nosotros, que siempre hemos querido el bienestar de las dos. Por ello, te pido que cambies tu actitud o mejor te vayas de la casa!”. ¡Me dejó con la boca abierta!, ¿Correrme a mí de mi propia casa? Por su parte, mi tía, me recomendó ir a la iglesia “debes acercarte a Dios para que alcances la misericordia y venzas la maldad que te aqueja”.
¡Es increíble!, los ha engañado a todos y los ha puesto de su parte. Ahora, todo lo que diga en mi defensa será mal interpretado. ¡Estoy furiosa! ¡Mi corazón no alberga envidia, sino coraje y deseo de venganza! Pero ¿por qué le creen a ella tanta infamia?¿Acaso no me conocen? ¿No he vivido tanto tiempo entre ellos?, ¡Maldita Eris desquiciada! Que escupa todo lo que tenga por dentro, que al final, se sabrá quién envidia a quién. Como le ocurrió a Coré que al envidiar a Moisés, se abrió la tierra y se lo tragó. Que así sea.