La mitad del rostro

Mirtha Briñez

Mientras me miraba al espejo sonreí al recordar la amenaza de los compañeros de dibujar la mitad de mi cara, la que no veían en la pantalla. Solo de imaginar que eran capaces de cualquier caricatura. En el grupo había algunos diseñadores gráficos y muchos aficionados al dibujo.  

Fue entonces cuando sucedió por primera vez; la imagen que reflejaba el espejo me causó pánico, la encía estaba desdentada hasta los colmillos, tuve que aferrarme del lavamanos para no caer, cerré los ojos y, al mirar de nuevo, mi boca lucía normal. No entendía que había provocado esa alucinación, ninguno de los medicamentos que tomaba provocaban ese efecto.

Pase la mitad de la mañana asegurándome que ninguno de los fármacos, ni la mezcla de ellos provocara alucinaciones, también consulte con varios médicos, un poco más tranquila me distraje con los quehaceres domésticos. En varias oportunidades me miré al espejo, pero el fenómeno no se repitió.

Decidí salir a hacer las compras. Todavía usábamos mascarilla. Escogía las papas, cuando se acercó un señor de cabello cano e igual contextura que la mía, comentó que la verdura estaba sucia, al mirarlo, una enorme lengua salía de la boca dibujada en el cubre boca. Está viejo para llevar una cosa así, pensé. Al encontrarnos de nuevo para pagar, su mascarilla era normal. Salí aterrorizado.

De camino al automóvil continué alucinando, ví las más grotescas bocas que puede uno imaginar, la única agradable fue la de una niña; una boquita de Lollipop. Me tropecé con bocas sucias, con labios cerrados y finos como cuchillos, bebonas con labial rojo intenso que se derretía por las comisuras, babeantes, bocas de catrinas y la más impresionante una boca cuyos labios rodeaban un agujero negro infinito. No me explicó como llegué a casa, hice lo posible por no mirar a las personas en el resto del trayecto. 

Llegué a casa desesperada, la idea de una enfermedad mental, como la esquizofrenia rondaba mi mente; llamé a un amigo psiquiatra y le conté con detalle. Estuvo de acuerdo que no era producto de la medicación y no creía se tratara de una enfermedad mental. Opinaba que era producto del estrés al que estaba sometiendo al cerebro. Esos retos semanales creando historias a partir de temas diferentes a lo cotidiano y a veces descabellados. Como tratamiento sugirió somníferos y vacaciones.