La llamada del instinto
Cristi Moro
“—Mañana nos hará otra visita —dijo el hombre—. Ven, Juana, entremos.
Y aquella noche, uno junto a otro, Kazán y Loba Gris, cazaron en la llanura iluminada por la luna”.
Así termina el libro Kazán, perro lobo, en el que se basa la película Colmillo blanco.
La llamada del instinto
Juanita, con seis añitos, pasaba la mayor parte del tiempo jugando y correteando dentro del cercado con Kazán; era una niña risueña y feliz que cada mañana esperaba con impaciencia la llegada del perro: en aquel lugar tan alejado, era su único amigo. No entendía que sus padres no dejaran que la vieja Loba Gris se acercara a la cabaña. Le daba pena verla a lo lejos, sola, tendida en la Roca del Sol, esperando a Kazán; sabía que estaba ciega y no la veía, pero la saludaba con las manos, porque estaba segura de que la sentía.
Las caricias de las manitas de la niña habían despertado al perro que Kazán llevaba dentro. Después de tantas peleas y de tantos sufrimientos, necesitaba el cariño y seguridad de esas caricias. Loba Gris lo sabía; el instinto se lo decía y, aunque la presencia del hombre le producía temor y su ceguera la dejaba indefensa ante el resto de la manada, lo dejaba marchar con un aullido lastimero, empujándolo con el hocico.
Todas las mañanas, cuando el sol despuntaba, se subían juntos a la Roca del Sol; se tendían allí, y miraban con fijeza la cabaña que se divisaba a lo lejos. En cuanto se abría la puerta, Kazán corría ladrando hacia ella, para pasar el día con su familia humana. Mientras, Loba Gris permanecía sin moverse, en los días buenos, subida en la roca y, en los malos, metida en el agujero que les servía de guarida, esperando a que llegara la noche para volver a reunirse con su compañero.
* * * *
El paso del tiempo hizo mucha más mella en Loba gris que en Kazán, ya que, además de la ceguera, estaba perdiendo el olfato. Necesitaba acercarse cada vez más para oler a Kazán y oír sus ladridos y las risas de Juanita, que ya había cumplido los diez años. Seguía recelosa; no comprendía que ella tuviera tanto poder sobre él. Se sentía vieja y débil. Temía que la manada oliera su debilidad y la atacara.
Este invierno, la temperatura había sido menos fría de lo normal, y las lluvias y la nieve escasearon. Cuando el verano llegó, los bosques estaban resecos, y los ríos apenas llevaban agua. Nadie sabía cómo se había desatado el incendio que había devorado parte de la montaña. Murieron muchos animales: la caza y los pastos escaseaban. Por fortuna, la zona de la cabaña no sufrió ningún daño. Kazán y Loba Gris dejaron su guarida y, desde entonces, utilizaron, para cobijarse, un matorral dentro del cercado. Ya no salían a cazar juntos; ella estaba muy débil. Cada noche, era más difícil encontrar comida; las peleas con los otros animales por conseguirla eran cada vez más peligrosas. De vez en cuando, Juana les guisaba una gallina, que Kazán comía con ganas, pero que Loba Gris se resistía a comer.
Los animales salvajes empezaron a merodear la cabaña en busca de comida, hasta que, una noche, el fiero y largo aullido de un lobo, que fue contestado con la misma furia por la manada, los alertó. Era el aullido del hambre: una amenaza de muerte que se difunde por la noche, sembrando el terror en la montaña. El sonido de aquel aullido operó una transformación en todos: aparecieron el miedo y el instinto. Pierre salió con su rifle a defender a sus animales; Juanita empezó a llorar y Juana, a consolarla y a rezar. Loba Gris respondió como un lobo. Se levantó, profirió un largo aullido y corrió para unirse a su manada; Kazán gruñó enseñando sus colmillos blancos y dudó si seguirla o quedarse a defender a la familia. Esta vez ganó la parte de perro que había en él.
Los lobos aparecieron acompañados de un gran lince. Atacaron a las ovejas. Pierre disparó varias veces. Kazán se enfrentó al lince y, en encarnizada lucha, acabó con él. Huyeron llevándose sus presas. Por la mañana, acompañó a Pierre en la inspección de los alrededores: un rastro de sangre los llevó al lugar donde habían celebrado el festín. Allí se encontraban los despojos de tres ovejas y los cadáveres ensangrentados de dos lobos. Uno de ellos era el de Loba Gris. Al verla, la parte de lobo que había en él sufrió por ella. Y un aullido triste salió de su garganta.