Iñaki Rangil

Huecos sin llenar

¿Te acuerdas? ¡La de horas que habremos pasado en este mirador elevado sobre el mar! Hemos visto muchos atardeceres. Ahora tú no estás, ya no es lo mismo. Miro, pero no veo lo que acontece ante mí en estos nuevos ocasos. Es más bien una imagen fija de cualquiera de los momentos que contemplábamos juntos. Al fondo, el sol cae susurrándole al mar, parece decirle: «Hazme sitio». Detrás, a nuestra espalda, se desliza la ladera empinada poblada de vides colgantes cuyos frutos están maduros, a punto de ser vendimiados. A sus caldos les toca ir a madurar. Pronto tendremos el nuevo txakoli del año. Delante, hacia la izquierda, las olas se han parado, no terminan de llegar hasta la playa, salvo las que han orillado en la arena y han perdido toda la fuerza. El resto, muestran el ímpetu con el que arremeten cuando van a romper. Las que lo han hecho, su espuma forma borreguitos con inusitada energía. Todo esto se ha parado en mi memoria tal como lo recuerdo, muy vívido, hasta siento como podría rodearte con mis brazos para abrazarte. 

Si nos fijamos todavía más, llegamos a ver jugar a los niños en la orilla, han fabricado una muralla con la arena para frenar la subida de la marea. Saben de lo efímera que resultará, sin embargo, quieren probar su resistencia. Ahí los vemos quietos esperando el acontecimiento. Todos llevan bañadores, pero sus madres les han vestido una camiseta por encima, comienza a refrescar, el astro de luz está muy bajo. Están apurando los últimos instantes antes de retirarse a esperar otro nuevo día. 

Sin mirar, contemplo tu ausencia en el infinito en cada uno de los matices perceptibles: en ese olor, la hora de la vendimia se acerca y nos traslada por la ladera ese aroma afrutado de los racimos de uvas en las parras; esos mil colores cuando se fusionan en el horizonte el sol, el mar y el cielo; ese sonido abrumador del oleaje embravecido rompiendo a nuestros pies en los peñascos que hay bajo nuestro mirador. Todo ello lo veo con firmeza en esa instantánea perpetua, siempre contigo, junto a ti, ahora sin ti. Por eso no visualizo este momento, sino los otros, los compartidos contigo.

Hay vida en todos esos recuerdos, pero siempre estás tú en todos ellos. No me gusta despilfarrarlos para que no se me acaben. Son muestra del pasado y no se pueden reeditar más, los presentes, me interesan poco y los futuros están por llegar, en ellos ni estás, ni estarás. Así que imagínate lo poco atractivos que me puedan parecer.

Si me ofusco por describir lo que observo ahora, te veo a ti, en una forma antinatural, allí delante de mí bajo el mirador, entre las rocas sobre las que el mar descarga su furia. Tú inmóvil después de haberte precipitado. Aún hoy me enfurece tu motivo, «por abreviar lo que definías como triste agonía». Has de saber, y tenerlo bien claro: a mí no me pareció, ni me lo parece, nada bien, no pude estar más disconforme. Sin duda, fuiste egoísta, no quisiste afrontar lo incierto del futuro. Yo estaba dispuesto, eso que me iba a llevar la peor parte pues llegaría un momento que tú solo mantendrías los recuerdos del ayer, incluso ni eso. Yo estaría contigo, viendo tu deterioro, sufriéndolo, pero acompañándote, sin abandonarte: «Para lo bueno y para lo malo. En la salud y en la enfermedad…».

Me descuidé, no adiviné tu maniobra, bien lo habías planificado sin contar conmigo, anticipándote a mi reacción. Te levantaste del banco, me miraste, según te aproximabas al borde, alejándote de mí, me lanzaste un beso al aire colocando tus manos en tu pecho formando un corazón. El siguiente movimiento me petrificó, te vi desaparecer, corrí, aunque solo confirmé lo que mi mente ya había procesado. Desde arriba me parecías, más que tú, una muñeca vestida con tu ropa. Cada día vuelvo para revivirlo, forma parte de una imagen muy precisa de entonces. Desde aquel preciso instante, la tengo grabada en mi retina como si se tratara de un tatuaje. Tal vez algún día seré capaz de impedirlo… o de acompañarte en la huida.