Nieves Botella

Encuentro conmigo

Año 2123 

Estoy tumbada en el sofá caminando, por una ciudad desconocida, con mis nuevas gafas virtuales. Suena el timbre, y me aproximo a la puerta. En la pantalla me encuentro conmigo misma, más llenita y con algunas arrugas nuevas.

―¿¡Eres yo!? le pregunto.

Sí, soy tú, dentro de dieciséis años.

¿Nos damos un abrazo?, no se te ve muy contenta.

Me siento muy rara; es como si un espejo me siguiera a todas partes.

―¿Quieres tomar algo?

Sí, por favor, una cerveza muy fría.

En eso no hemos cambiado. Tengo tantas preguntas en la cabeza que no sé por dónde empezar.

Lo siento. En media hora, vuelvo al transbordador del tiempo; no te imaginas lo caros que son estos viajes. He venido para que repienses tu plan, ya que el resultado no será el que esperas.

Lo tengo decidido.

Las personas son mucho más amables cuando están en el extranjero, y él necesitaba una relación con una mujer mucho más joven y tú, recibir halagos y la experiencia sexual… 

―¡Madre mía!, tienes razón: nunca había sentido la explosión de fuegos artificiales al completo.

Que sepas que con él no los volverás a sentir.

¿Qué me dices?

Tú has conocido lo bonito, la fiesta donde lo conociste, los encuentros apoteósicos y los tres meses de cartas apasionadas. Pero tendrás que reconocerme que lo que más te motiva es irte lo más lejos posible, para no saber nada de la familia y no volver.

Tienes razón. Ya sabes que mamá sigue llamando todos los días, dos o tres veces; nuestro hermano sigue enfermo, y papá resiste con el mutismo. Cogí una cerveza y me senté a su lado en el sofá―. Cuéntamelo todo.

Verás: cuando llegué al aeropuerto y lo vi, me di cuenta de que me había vuelto a enamorar del amor, pero no de él. 

―¿Tan pronto?

Sí, ya sabes que, en cuestiones de olfato y de primeras impresiones, somos muy buenas; lo dejé pasar. Pero después de llevar una semana como un trofeo al que presentar a sus amistades, te puedes imaginar…

―¿Y por la noche?

Dormir y roncar o ver la televisión desde un colchón tirado en el suelo.

No me digas.

Menos mal que un amigo me dio el nombre y teléfono de un compatriota suyo muy querido. Yo solo pensaba en salir corriendo como un avestruz.

Lo llamaste.

Sí. Es tranquilo y amable. Me escuchó con mucha atención y me aconsejó visitar a su astrólogo de cabecera. Necesitaba que alguien me dijera que ese hombre no era el amor de mi vida y me diera permiso para irme. 

―¿Y cuál fue su conclusión?

Me dijo que no pintaba nada allí, que había huido. Pero que no desesperase, que todo cambiaría a partir de los cuarenta y seis años. Veía en la carta astral que la desgracia, como tú bien sabes, había sido nuestra sombra, pero que, a partir de la fecha de mi cumpleaños, la dicha se instalaría en mi vida. 

―¡Madre mía, te quedaban dieciséis años!

Sí, mi niña, pero luego todo iba a ser jauja.

Te entiendo; por lo menos podías pensar en un futuro sin tanta amargura.

Me habló de un gran amor, de que trabajaría en lo que se me antojara, tendría dinero, tranquilidad y alegría.

Claro, te aferraste a eso para seguir. 

Pero ya tengo cuarenta y seis años, y las predicciones no se han cumplido. No he encontrado al amor, solo a un gran hijo de … sigo trabajando en el mismo sitio y el dinero no me sobra. 

Nos abrazamos y la acuné sin darme cuenta, como si ella fuera la más pequeña de las dos. “Gracias por venir; de momento cortaré la historia y no iré”, le dije. Se levantó y con las mismas se fue gimoteando, yo me quedé contenta por no tener que recorrer ese camino. Aunque ahora, sin vaticinio, no sabía qué iba a ser de mí…

 

Después de una hora de repensar, y aunque sepa lo que ella vivió, mi experiencia no tiene por qué ser igual. En realidad, será mi segundo viaje. Lo haré como lo tenía planeado. Pase lo que pase. Yo necesito salir de este universo.