El último suspiro
Laura Gran
Nuestra placentera vida cambió aquel día de finales de agosto cuando, en un acto de autoritarismo, mi mujer me obligó a ir a urgencias.
Hacía unas semanas que me encontraba muy débil y cansado, pero ese día tuve que añadir el hecho de que apenas podía respirar. Mi pesadilla comenzó en aquel box, cuando me quedé solo porque ella había tenido que marcharse a la sala de espera. Blanca había insistido en que fuera al médico millones de veces, y yo, reacio como siempre, me había escabullido. Ahora estaba aterrado viendo las caras de preocupación de los sanitarios que me rodeaban intercambiando datos que yo no entendía.
Conocí a Blanca cuando éramos casi unos críos; ella tenía dieciséis, y yo era un alocado joven de dieciocho. Recuerdo la primera vez que la vi en aquella discoteca, con su larga melena que se movía al ritmo de la música disco. Me enamoré perdidamente y me casé con ella, aunque tuve que trabajar mucho la estrategia para poder conquistarla.
De todo eso ya han pasado casi cuarenta años, y nuestra vida era perfecta hasta que vinimos a este hospital.
—Va a pasar la noche en observación. —me comunicó un médico desgarbado—. Tiene bronconeumonía en un pulmón, líquido en el otro, y eso le está afectando el corazón.
¡Qué cantidad de cosas pasan por la cabeza cuando te comunican algo así! El tiempo se detiene, y el pensamiento hace un maratón de recriminaciones.
Me cubrieron de cables y me pusieron unas gomas en la nariz para poder respirar mejor. No sé cuánto tiempo había pasado cuando abrí los ojos y la vi allí, a mi lado, mirándome con una sonrisa; había estado llorando. Las marcas oscuras en sus bonitos ojos la delataban. Me derrumbé. Permanecimos unos minutos cogidos de la mano antes de marcharse. A la mañana siguiente, me subieron a planta, y eso animó algo mi esperanza.
Pasaron tres semanas, y una lista interminable de pruebas y especialistas diferentes. El día que me comunicaron los resultados, estaba solo con Blanca en la habitación. El médico empezó a irse un poco por las ramas; era joven y se lo veía algo nervioso. Decidí ayudarlo.
—Dígame la verdad, doctor, sin anestesia.
—No hay lugar a dudas: es cáncer de pulmón.
—Y del 1 al 10, ¿en qué lugar diría que estoy? —le pregunté con una entereza que hasta a mí me extraño.
—No lo medimos así. —Sonrió condescendiente—. Lo valoramos del 1 al 4.
Blanca me cogió la mano; notaba su nerviosismo a través de la piel.
—Bien, entonces, ¿del 1 al 4? —lo animé sonriente.
El doctor me miró; se lo veía incómodo. Después de una pausa que me pareció eterna, dijo:
—Está en el grado 4. No hay posibilidad de operar, y esa neumonía nos impide el tratamiento.
¡Me moría… y no había nada que hacer para evitarlo! ¿Cuestión de días?
—Supongo que para ti, chaval, no es agradable dar una noticia así. —Esta vez, mi sonrisa se transformó en una mueca de dolor.
En ese momento, lo único que deseaba, aunque sonara egoísta, era estar solo para poder digerirlo. ¿Había llegado mi final? ¿Y qué había de todos mis deseos, de todas las cosas pendientes por hacer y por decir…?
Después de unos horribles días, aderezados con sufrimiento y sueños extraños, donde peleaba con seres malignos que me amenazaban en un mundo que no conocía, la morfina me ha dado una tregua para poder pensar, y creo que ya estoy preparado.
El doctor me ha informado acerca de la sedación; dormiré con placidez hasta que llegue el inminente final. Nada de dolor insoportable, y este frío que se ha apoderado de mi maltrecho cuerpo por fin me dejará en paz. Desde luego que no es una decisión fácil. Blanca me ha rogado que espere, pero no tengo ganas, ni tiempo.
—¡El que se muere soy yo! —le grité con demasiada ira.
Tal vez sea un cobarde que se agarra a un clavo ardiendo para no sufrir más dolor, pero ya no quiero seguir, no de esta forma tan cruel.
Veo mi cuerpo aún intentando respirar; la veo a ella a mi lado hablándome. Por fin me he liberado de la angustia y siento una energía nueva que me envuelve. Me doy cuenta de que mi respiración se detiene, y un último suspiro se pierde por entre mis labios. Blanca me besa y me dice:
—Vuelve a buscarme, amor mío.