El peso de ser musa

Gonzalo Tessainer

Es comúnmente conocido que las musas juegan un papel fundamental en la obras y en las vidas de los artistas. Para muchas mujeres, ser la fuente de inspiración de un pintor, un escultor o un músico es uno de los mayores halagos que puede recibir en su vida. Saber que una obra es creada para ti y que, durante años, o incluso siglos, miles de personas van a admirarla hace que el ego de cualquier ser humano se eleve hasta cotas inimaginables. Este concepto idealizado de ser una musa cambia cuando la obra que inspiras es una canción verbenera, se inventan un baile absurdo para acompañarla y tu nombre es el título del tema en cuestión. Y es que, lo digo con un poco de miedo y de vergüenza, soy Macarena. La inspirada del mayor éxito musical de nuestro país.

Toda creación artística tiene una historia detrás y en mi caso tengo la necesidad de compartir la que se esconde tras los pegadizos acordes de mi canción, ya que la considero mía, para aclarar una serie de cosas. Todo ocurrió una noche de noviembre. Para ser más exactos, en la celebración de mi cumpleaños. Salí con unas amigas de cena y continuamos la fiesta en una taberna de un pequeño barrio de Sevilla. Entre los vinos que me había tomado antes con mi familia y las cervezas que compartí con mis colegas, cuando llegué al mencionado establecimiento, por no llamarlo tasca, la cantidad de alcohol que tenía en sangre era superior a lo políticamente aceptado. Los acordes de unas guitarras sonaban en el local y yo, creyendo que era una experta bailaora, comencé a mover mi cuerpo al lado de los dos hombres que estaban tocando los instrumentos. 

    –¿Cómo te llamas? –preguntó uno de ellos en cuanto dejaron sus guitarras.

    –¡Macarena! –respondí mientras le echaba el humo de un cigarrillo a su cara. 

    –¡Qué guapa eres, Macarena! –intervino el otro músico–. ¡Tienes un cuerpo de escándalo!

    –¡Muchas gracias! –contesté mientras mis ojos se movían de manera nerviosa mirando sus caras –. ¡Os parecéis un montón! ¿Sois hermanos? 

    –¡Claro que lo somos! ¡Nos llaman Los del Río! –dijo el más joven después de una sonora carcajada.

    –¿Sabes? ¡Te vamos a escribir una canción! –propuso el mayor mientras acercaba sus labios a mi oído derecho–. ¡Dale a tu cuerpo alegría, Macarena, que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosa buena!

    –¡Ay, Macarena! ¡Oh! –susurró el otro en mi oído izquierdo a la vez que un escalofrío recorrió mi cuerpo. 

 Tras haber escuchado esas palabras, agarré a los dos hermanos y abandonamos el lugar. No recuerdo lo que ocurrió después ni de lo que hablamos. Lo único que sé es que amanecí a las orillas del Guadalquivir con una resaca importante.

 No le di más importancia a lo ocurrido y después de esa noche continué con mi vida cotidiana, con mi trabajo en la mercería de mis padres y con los preparativos de la boda con Vitorino, mi novio de toda la vida. Pero el problema llegó cuando, unos meses después, encendí la radio y escuché una canción, cuyo título era mi nombre. ¡No podía creer que el estribillo fueran las mismas palabras que me susurraron esos hermanos! Indignada por las mentiras que decía la canción sobre mí, apagué la radio con la esperanza de que nadie más la hubiera escuchado. Pero, justo cuando iba salir de casa, mi prometido vino a pedirme  explicaciones. 

    –¡Te juro que es una coincidencia! ¡En la vida te he sido infiel! –mentí como una bellaca–. ¡Además, la canción es muy mala! ¡Nadie la va a escuchar!

Pues me equivoqué. El dichoso tema se convirtió en un éxito y encima hicieron una versión en inglés para que fuera más internacional. ¡En qué momento me dejé llevar por las melosas palabras de esos hermanos!

    Finalmente, me casé con Vitorino, aunque esa canción (mi canción) no sonó en nuestra boda. A día de hoy, soy una madre ejemplar de dos pequeños y desde hace años he asumido con resignación el hecho de haber sido la musa de una obra que me ha traído muchos quebraderos de cabeza. Pero eso forma parte del pasado. Además,  me he cambiado el nombre por el de Inmaculada. ¡A ver quién tiene cojones de escribir una canción con ese título!