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El muro

Iñaki Rangil

—Sobre cuatro tejados, la Luna en medio y tú mirando hacia arriba… Así parece que estás. Alelado. ¿Pero qué crees?, ¿que a nadie lo ha dejado antes una novia? Estás muy equivocado. No eres el primero, ni serás el último. Es la vida, a veces fácil, feliz y dulce; otras, dura, cruel y amarga. Solo hay que tirar para adelante con lo que te cae en suerte, sea bueno o malo. Esa fortaleza es la que no puede faltar; de otra forma, mejor no estar en este mundo. Con ello tampoco te estoy sugiriendo que lo abandones… simplemente no juegues en él. No es fácil, me dirás. ¿Qué lo es? También es uno de los alicientes ir superando cada obstáculo que nos encontramos. Eso de vivir entre algodones no es muy usual; la verdad, más normal es irnos encontrando con las tortas a cada paso que damos, pero se coge más fuerza en la superación. Xabi, la siguiente vez te saldrá mejor, sin duda.

Ni yo mismo me creo cada una de esas palabras que han salido por mi boca. Días atrás, mi llanto también acompañaría al de mi amigo; probablemente, seríamos causantes de otra inundación más, sin ayuda del cambio climático. Para esta ocasión, yo tengo superado mi trauma; Xabi necesitaba mi positivismo reencontrado. No le iba a fallar. Bastante me había perdido meses atrás, pero ya tenía tomadas las riendas e iba a tirar del carro arrastrando lo que hiciese falta, incluso a mi colega.

—Izaskun no solo es mi media naranja. Es una tipa genial.

—No sigas por ahí. Xabi. No quiero ser cruel, pero tampoco te lo voy a edulcorar. La realidad es la que es. Le has sido infiel en una noche de juerga. Te lo has pasado muy guay, pero ahora toca asumir las consecuencias. ¡Que te has arrastrado pidiendo perdón y no te ha valido… pues a joderse! Pasa página y deja de lamerte tu cipote.

—Está lloviendo otra vez; mi historia de amor ha terminado y, sabes, es difícil fingir que todo va bien. La quiero. Ella también a mí. Lo sé.

—Pues pelea para que te dé otra oportunidad. No te regodees en tu dolor. Eso no te vale para nada.

—Tienes toda la razón, pero me veo incapaz.

—Humíllate, cumple la penitencia que te ponga sin rechistar. Si te la pusiera, además, dale las gracias. Debe comprender sin ningún ápice de duda que tu arrepentimiento no es ficticio.

—¡Si tuviese una mínima esperanza…!

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No me gusta interferir en la relación de otros, incluso siendo muy próximos. Sin embargo, y sin que sirva de precedente, me había anticipado conversando con la infortunada. Me consta que Xabi e Izaskun no son nada el uno sin el otro. El castigo que supone esta separación ella lo está sufriendo, incluso más que él. A ambos los conozco desde que éramos muy niños. Se merecen tener esperanza.

—Izaskun, sabes cómo me duele lo que os ha pasado. Me da pena por ambos. También sabes que, de haber podido, lo habría evitado. Esta situación no es cómoda para nadie.

—Lo sé; me consta y aprecio que te acerques a decírmelo. Siendo su amigo, me parece más meritorio.

—Vuestra aflicción es la mía. Ambos me importáis. ¿De verdad estás dispuesta a echar a la basura todo lo que hay entre vosotros? Que conste que tendrías todo el derecho del mundo y no te faltaría motivo, pero eso os va a hacer mucho más infelices a los dos.

—Si pierdo la confianza, ¿cómo la recupero? ¡No quiero vivir con esa incertidumbre el resto de nuestra vida!

—Házselo pagar, que haga penitencia todos los días, que así se la gane, cada día. En conjunto, todo es solo otro ladrillo en el muro de la vida.

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