El ahora es mío
Olga Cárdenas
El día aún no clareaba, pero el sol ya reclamaba su espacio. La noche atiborrada de dolor y sufrimiento había terminado. La cuerda, suficientemente fuerte como para soportar el peso, permanecía colgada del barcino. La vida no me comprendía, ni yo a ella.
Tenía cuatro años cuando mi padre nos abandonó; dejó tres hijos y uno en camino. Jamás se preocupó por regresar. A mi madre, muy joven aún, lo que le faltaba de malicia le sobraba de hermosura. Tuvo cuatro esposos y ocho hijos.
Provengo de un matriarcado, donde la mujer lleva las riendas de la casa, del negocio, de la familia. Donde el hombre es atendido, respetado, hasta en sus espacios de diversión.
La adolescencia me sorprendió con la responsabilidad de mis hermanos, por ser la mayor. A mis tres hijos los crie sola: mi esposo me cambió por una bailarina de table dance. Para cerrar con broche de oro, adopté dos nietos del primer matrimonio de mi hijo.
Ello conllevó a resolver problemas de toda índole, a intentar convertir los días en veinticinco horas, los años en 400 días, a vivir 22 vidas que no eran mías.
La vida continuó entre sus exigencias. Mermaron las fuerzas; la paciencia se agotó. Me encontró la depresión con la mirada fija en esa soga, la que no puse en mi cuello por cobardía.
Sorda y muda, vi avanzar el tiempo, sin encontrar respuesta a mi pregunta: “¿Qué hago en este mundo?”. La respuesta llegó acompañada de un preinfarto.
Cuando me sentí mejor, busqué a un notario, heredé a mis hijos en vida. Cancelé cuentas bancarias, pagué deudas. El dinero dejó de tener importancia. La tentación de deshacerme de mis responsabilidades se presentó.
Una noche, inspirada por la luna, mi pensamiento viajó, mis labios quisieron soltar un sinfín de palabras. Los sueños iban y venían; no encontraban su trama. Ese día llegué a la conclusión de que, si mi pensamiento quería volar, mis labios cantar, las ideas desenredar, la solución era sencilla: debía ser escritora.
Me volví fanática de los libros, de internet. Tomé un cuaderno y escribí, proyecto tras proyecto, sin borrar ninguno: no sabía cuándo los necesitaría. Organizaría mi tiempo; seguro podía hacer todos, si me lo proponía.
Escuché cuando una mujer hizo una comparación: “Si esta botella de agua la compro en la tienda, tiene un valor; si la compro en un supermercado, tiene otro valor. Pero, si la compro en el aeropuerto, es mucho más cara. No debes sentir que no vales; por el contrario, vales mucho, como la botella de agua, pero estás en el lugar equivocado.
Decidí tomarme unas vacaciones, visitar a una amiga en el sur del país. Mis hijos me llevaron al autobús: jamás había viajado sola. Después de haberles dado un sinnúmero de recomendaciones, me despedí. Debía ser fuerte y dejarlos ir; era uno de mis proyectos: yo los dejaba, no ellos a mí.
Mi amiga y yo nos abrazamos. No nos veíamos en muchos años; las lágrimas inundaron mis ojos. No las detuve: estaba feliz de verla nuevamente.
Me preguntó qué deseaba hacer durante las vacaciones. Le hice saber que vería televisión hasta quedarme dormida, me levantaría cuando el colchón me vomitara, escribiría un libro. Quería vivir el mañana sin preocupaciones. Sus palabras las tengo grabadas: “¿Por qué no empiezas a vivir el hoy sin preocupaciones?”.
Inexplicablemente, mi musa despertó. Las frases formaron estrofas, le siguieron los versos, y afloraron los poemas. Fascinada, los leía una y otra vez. Sedienta, bebí la libertad.
Hoy intento dar mi primer bronceado a esta piel paliducha, arrugada, que ha perdido la vergüenza. Me encuentro presa de ese azul impresionante, que no deja distinguir dónde termina el mar o dónde comienza el cielo.
El tiempo va y viene muy lento; no deseo apurarlo. Tengo libertad para hacer lo que quiero.
Gozo mirando las hojas bailar cuando las arrastra el viento, el escándalo en las olas cuando se revientan riendo, la descarada lluvia cuando remoja mi cuerpo, la sonrisa de mi gato cuando me dice: “Te quiero”. También los gritos ahogados, y hasta el ruido del silencio.
El ahora absorbió mi mundo; se está renovando, en todo momento.