Sandy Manrique

Confesión

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Acúsome, Padre, porque he pecado. He pecado de ser una gallina. De condenarme al silencio. Es que yo nací con miedo, Padre. Con miedo a que me robaran algo. Con miedo a que me violaran. Con miedo a que me desaparecieran.

 

Aprendí en la escuela sobre los mártires de la independencia, la revolución, y una parte de mí quería arriesgarse a luchar por todos, pero no hice nada. Me quedé paralizada.

 

Yo era periodista en los tiempos en que Veracruz se puso terrible. En 2011 cuando dejaron los  treinta y cinco cuerpos en medio del boulevard de Boca del Río, ¿recuerda?  A plena luz del día y justo frente a la plaza comercial más visitada en esos tiempos. Once eran mujeres y cinco menores de edad

 

En  camiones de carga de ganado dejaron a los muertitos, vapuleados y llenos de tierra. Se dijo que  tenían antecedentes penales, nexos con el narcotráfico, que era un ajuste de cuentas. Y el mundo volteó a mirar al puerto por un momento. Al final nada se resolvió y las autoridades esperaron que todo se olvidara como siempre.

 

Recuerdo también lo que había sucedido un par de meses atrás. Buenos días, ¿desayunaste? La normalidad con mis compañeros de trabajo hasta que percibimos que había algo raro. ¿Y cómo no? Si esa mañana habían encontrado la cabeza de una periodista de otro diario en las escaleras de entrada. Curioso que todo estaba impoluto. Ya entonces  parecía que no había pasado nada.

 

Hasta en este 2023 vi una fotografía donde los periodistas marcharon pidiendo justicia. ¿Donde estaba yo? Le contaré. Estaba ciega. Repitiéndome el mismo cuento que me vendieron. Que la periodista finada andaba en malos pasos. Que recibía dinero del narco.  Pero que no me preocupara. Si seguía en mi puesto sin inmiscuirme en lo que no me importaba, nada pasaría.

 

Yo vivía ignorando todo lo malo, Padre.  Evadía las notas rojas y apoyaba a la economía local visitando restaurantes y plazas comerciales. Era todo tan brillante y bello en la zona turística, tan lleno de autos nuevos, pero tan lejos de las colonias donde se vivía de veras.

 

Llegó el momento en que ya no me podía quedar ahí recibiendo un sueldo que provenía de la censura. Porque en la revista hacíamos bien en no criticar, en olvidarnos de las notas duras, la realidad que estruja a muchos sectores de la población, que los borra y, encima de todo, los culpa por ello.

 

 

Mi jefe no entendió porque me iba. Yo había dejado mi capullo de armonía para encontrarme con los rostros tumefactos de estudiantes y periodistas. Las noticias de  mujeres desaparecidas también empezaron a ocupar mis noches y días.

 

Con mis letras le di voz a víctimas y familiares en mi blog periodístico, pero a nadie en el gobierno le gustó. Pronto recibí la primera llamada de advertencia que me volvió a sumir en el mutismo.

 

En medio de la noche saqué a mi familia de la casa y nos mudamos allá bien lejos. Donde no hay tacos, ni sonrisas de buenos días, ni el calor de los abrazos de la familia. Pero donde puedo distraerme un momento y sé que mi hija seguirá ahí cuando regrese a verla. Así que sigo en lo mismo, sigo siendo una cobarde. 

 

Por lo demás, padre, padre ¿Está ahí?…