Aída Vergara

Cautiva en su deambular

Sabía que… había perdido la cordura,

vivía sin filosofar, ¿a qué había venido a esta vida?

¡ Regrésenme el sano juicio!

Imploraba sin parar.

mientras, su musa divagaba en su peregrinar,

en su mente, soliloquios la rondaban:

¿dónde está?

 

Se escribe una carta viéndose al espejo:

¿Quién era esa  extraña, ermitaña aislándose del mundo?

En sus recuerdos, en su creación, en la que nada podía cambiar,

sólo aceptar, sólo callar, sólo esperar…