Cambiar el relato
Hipólito Barrero
Lo primero que vimos al llegar a la explanada del bosque donde aparcamos el coche fue una señal de prohibido el paso en el camino que pensábamos recorrer a pie, siguiendo el mapa turístico. Nos extrañó no ver más coches ni gente por allí, quizás era temprano.
Unos amigos nos recomendaron esta excursión para ver osos pardos en libertad, sin correr peligro alguno. Así que junto con mi mujer y mis dos hijos de nueve y siete años hemos madrugado para estar aquí a primera hora.
Ahora parece que viene alguien. Es un vehículo 4×4. El conductor es un guarda forestal que nos saluda y nos advierte de que hoy no está permitido ver a los osos. Ayer hubo un grave accidente con unos visitantes que se acercaron demasiado a los animales y hoy los expertos están estudiando su comportamiento. Por eso no dejan pasar a nadie a los puestos de observación.
—Mire, señor guarda, —le supliqué— hemos hecho más de cien kilómetros para llegar hasta aquí y sería una gran decepción no poder ver ni un oso, sobre todo para mis hijos. Le ruego que nos deje pasar sólo hasta el primer mirador de avistamiento. Le estaríamos muy agradecidos. Llevamos prismáticos. Nos gustaría verlos aunque sea de muy lejos.
—Hagamos una cosa —propuso el guarda—. Pueden venir conmigo hasta el primer mirador. Yo los llevaré en mi jeep, pero dentro de una hora debo estar aquí de vuelta, ¿les parece bien?
—Claro que sí —afirmé viendo la cara de contentos tanto de mi esposa como de mis hijos.
Y así lo hicimos. En menos de diez minutos estábamos en el mirador. El paisaje era espectacular, las montañas y el prado ofrecían múltiples tonalidades de color verde. Nuestro afán era divisar algún oso.
Nicolás, que así se llamaba el guarda, fue el primero en avistar un oso grande y dos pequeños. Estaban comiendo hierbas o bayas. Fuimos pasándonos los prismáticos uno a uno y la alegría entre nosotros era palpable. Parecía que los plantígrados estaban posando para que les grabáramos.
En ese momento oímos un gruñido detrás de nosotros.
—Seguramente es un oso pequeño —dijo Nicolás— No gritéis ni os mováis y el animal seguirá su camino.
La primera reacción fue juntarme con mi mujer y mis hijos, bien pegados los unos a los otros, inmovilizados por el miedo que se reflejaba en nuestros rostros.
—Subamos al jeep —aconsejó Nicolás—, dentro estaremos más seguros. Pero no podemos marchar, porque nos seguirían.
Una vez dentro del 4×4, empezaron a venir osos; primero uno pequeñito, luego uno grande y enseguida vinieron más, hasta seis.
—Mamá —dijo mi hijo pequeño—, a lo mejor tienen hambre. Tírales un bocadillo de los que llevamos.
—No. Está prohibido dar comida a los osos —aclaró Nicolás—. Porque se acostumbrarían a que los humanos les dieran comida y eso no es bueno ni para ellos ni para nosotros.
—Si tuviéramos miel —dijo mi hijo el mayor—, se la tiraríamos y mientras se la comían podríamos escapar, porque la miel es lo que más les gusta.
—Creo que no tienen intención alguna de marchar de aquí —afirmé yo preocupado por tener que pasar aquí buena parte del día.
—Pediré ayuda al Centro de Recuperación del oso pardo para que algún experto venga a ahuyentarlos.
Tuvimos que esperar más de media hora hora hasta que llegaron los expertos. Nada más llegar, uno de ellos bajó de su vehículo y empezó a gritar con fuerza a los osos, levantando los brazos, mientras el otro les tiraba un espray. Los osos empezaron a retirarse poco a poco.
Pasado un buen rato, pudimos volver con el jeep hasta donde teníamos aparcado nuestro coche. No nos sentimos seguros hasta que nos alejamos unos treinta kilómetros de allí.
* * *
—Cariño — se extrañó mi esposa dos días después—, he visto tu narración sobre la excursión a los osos. Te lo has inventado todo, ¿por qué? Fue un día más bien aburrido y no vimos ni un oso siquiera.
—Es para la revista de la Asociación, no podía contar una excursión aburrida.
—Ya. Podrías añadir que un oso destrozó a nuestro perro.
—Mujer, tampoco hace falta exagerar.
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Hipólito Barrero
Febrero de 2023