Vicky Rico
Anabel
Dicen que nadie muere si es recordado. La vida nos ha dejado sin tu sonrisa y sin tu positividad. Jamás podré volver a bailar unas sevillanas sin acordarme de ti.
*
Mírala cara a cara, que es la primera…
Tú decidiste ser madre y ama de casa. Podías haber elegido entre al menos dos o tres trabajos, pero esa era realmente tu vocación. Muchos te criticaron por ello: es difícil que alguien entienda las prioridades de un ama de casa cuando hablamos de ropa sucia y de lavadoras. Tus hijos eran tu mayor proyecto. Lo que hacías era el acto de amor más puro del mundo y, ay de mí si decidía acompañarte algún día en tus quehaceres. Podíamos tardar tres o cuatro horas en comprar el pan. Todos te paraban por el pueblo, te preguntaban y te sonreían. Te saludaban hasta los de la acera de enfrente y les contestabas a grito pelado desde el otro extremo de la calle. Yo me avergonzaba cuando me presentabas:
«Ella es mi ahijada, la hija de mi hermano Tito, el arquitecto. ¿A que es guapa, mi sobrina? Como su madre».
Me escondía, pensando: «Tierra, trágame, si voy en chándal y no llevo ni un poco de colorete… La última vez que la acompaño».
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Mírala cara a cara, que es la segunda…
—He decidido aprender a bailar flamenco —te confesé sabiendo que esto podría hacerte la tía más feliz del mundo.
—Sobrina, seré la primera en verte actuar.
—Pero antes quiero probar con algo de folclore: tus famosas sevillanas. Iré contigo a las clases de la tercera edad.
Sonreíste y me dijiste que eso les daría vidilla a los alumnos. Nos reímos mucho. Fueron unos meses de mucha paciencia: repitiendo cada paso hasta la eternidad, ayudando a las señoras y señores que pasaban, orgullosos, sus ratitos libres contigo. Siempre te admiraré por ello. Le diste vida a muchísima gente.
Ahora, que puedo mirar atrás, doy gracias por esa experiencia. Compartir eso contigo fue inolvidable, y no haberlo hecho hubiese sido un delito. Enseñabas las sevillanas más bonitas que he visto en mi vida. Aún recuerdo aquella letra: «Esa gitana se conquista bailando por sevillanas».
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Mírala cara a cara, que es la tercera…
Nadie podía esperar este final. Aún estamos en shock. Un dolor de corazón nos dejó sin tu alegría. Te fuiste sin llamar la atención, sin que nadie pudiera hacerte sentir especial. Te marchaste en plena pandemia. No querías lágrimas, ni pésames. Pudimos acudir al tanatorio unos pocos pero, al otro lado de la fría vitrina de esa sala color gris, apenas podíamos ver la caja de madera. Todo estaba lleno de flores y de bonitos mensajes. No cabía ni una rosa más. Y así llegaba la cuarta sevillana.
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En la cuarta, los lances definitivos.
¿Cómo superar este lance? No sé cuándo seré capaz de volver a escuchar una sevillana. Aun así, te prometo que lo haré. Te prometo que volveré a ponerme aquellos zapatos de tacón de carrete y bailaré unos bonitos tientos en tu nombre. Zapatearé sobre la madera para que la tierra te sea leve y elevaré los brazos en cada vuelta quebrada para rendirte un pequeño homenaje: este se queda corto.