Amor es amor

Darío Jaramillo

Arturo y Gemma llevaban varios meses intercambiando mensajes picantes, que fueron escalando hasta sesiones de sexting con respectivas fotografías explícitas de ambas partes. Para el momento de su primera cita, se conocían casi hasta las amígdalas.

La ansiedad lo llevó a presentarse al restaurante quince minutos antes, lo cual resultó contraproducente porque tuvo más tiempo para ponerse nervioso. Las manos le sudaban y el corazón le latía acelerado. Todo este cuadro le parecía gracioso y hasta ridículo, dadas las conversaciones que habían sostenido por mensajes. Sentarse para cenar parecía ya un juego de niños, pero él no podía controlar sus nervios.

Cuando la vio llegar enfundada en unos jeans entallados y con un sweater blanco escotado, pretendió lucir tranquilo aunque, a la hora de levantarse para saludarla, tiró el vaso de agua que tenía enfrente y mojó la canastilla de pan, las servilletas y el mantel.  Llevaba meses imaginando este momento, y lo había arruinado todo. “Tranquilo, no te preocupes; ahorita lo seca el mesero”, dijo Gemma tocando su mano, lo que le erizó la piel.

No podía salir de su asombro: era incluso más guapa de lo que había visto en su perfil de Instagram. Esos pixeles definitivamente no le hacían justicia; sintió dentro de él una calidez que hacía mucho no sentía y, a la vez, un poco de culpa.

Por primera vez desde que su esposa había muerto, volvía a sentir esa chispa dentro de él, esa alegría de vivir y la emoción de compartir un pedazo de pai de queso y una buena taza de café, que marinaba una conversación muy agradable. Hablaron por horas; intercambiaron autores favoritos, anécdotas divertidas, e incluso discutieron brevemente el posible resultado de la Serie Mundial que se llevaba a cabo. 

Gemma tenía todo lo que buscaba en una mujer: no solo era bella en apariencia, sino que, además, poseía empatía, calidez e inteligencia. Arturo había llegado a esa cita pensando en llevarla a la cama lo más pronto posible. Pero, cuando se dio cuenta, eran las nueve de la noche: el tiempo había volado y el sexo había pasado a un plano secundario. “No quisiera que esta noche acabara tan temprano, ¿por qué no nos tomamos algo en tu departamento?”, sugirió Gemma mientras le acariciaba el brazo.

Arturo asintió, y llevaron la segunda parte de la cita a su casa.  Allí, después de un par de copas de vino, comenzaron a besarse. Las manos de él temblaban y, por un momento, pensó que no sería capaz de completar la misión. Aunque este departamento era nuevo, no podía sacarse de la mente que estaba traicionando a su esposa.

––Está bien, todo está bien––le dijo ella mirándolo a los ojos, mientras le acariciaba una mejilla; después lo besó con ternura y, poco a poco, fue guiándolo para que pudieran llegar juntos al clímax.

––No quiero que esta noche se termine, Gemma ––expresó, apartándole un mechón de cabello que caía sobre su frente.

––La decisión es tuya; si quieres que esto continúe, sabes lo que tienes que hacer ––le dijo con una sonrisa mientras luchaba por mantener los ojos abiertos.

Arturo miró el reloj: era casi medianoche. No había mucho tiempo. Se levantó de la cama, y abrió su computadora portátil. Ingresó al portal androidesterapeuticos.com; localizó la opción que decía: “Contratar por seis meses” y le dio clic. En la pantalla apareció un mensaje: “Nos complace que el periodo de prueba le haya resultado satisfactorio y extienda su membresía por seis meses, enviaremos un recordatorio de pago previo al vencimiento de su plan para la renovación, si así lo considera necesario”.

Esa mañana, Arturo despertó ilusionado, pensando en qué se iba a poner para su cita con Gemma el próximo viernes.