Alma de pirata
Manuel Alonso
Me había ya hartado del Capitán Sparrow. Siempre fui un elemento serio, disciplinado y comprometido. Pero sus abusos e injusticias acabaron siendo insoportables para mí. Sabía que, si dejaba la armada, tendría muchas dificultades para encontrar empleo, pero me la tenía que jugar: la suerte estaba echada.
Hablé con Sparrow. Con su soberbia acostumbrada, no me dio importancia; me trató como si fuera uno más, y no uno de sus soldados de élite, leales y efectivo.
Con su aliento a ron añejo y sus ojos inyectados me dijo:
ꟷMira, Drake, haz lo que se te pegue la gana. Allá afuera hay una fila de valientes ansiosos de que te largues. ¡Au revoir!
ꟷ Solo le pido una cosa, Capitán: no me trate como un desertor. Solo deme de baja y me voy agradecido.
ꟷAu revoir —volvió a responder dando un trago a su botella de aguardiente, al tiempo que me señalaba la puerta.
No parto con resentimiento, tengo mucho que apreciar de Sparrow. Por su vía conocí a muchas personas relevantes que luego se convirtieron en mis amigos. Como es el caso del viejo Marley, un simpático jamaicano que nos hacía pasar tardes muy alegres en las playas de Port Royal, nos deleitaba con su música rítmica y característica, mientras nos pasaba una pipa rellena de una de las hierbas más potentes que he conocido.
Otro gran amigo, el mulato Jimmy Gay de Barbados, que presumía ser descendiente de Sir John Gay Alleyne, en cuyo honor se nombró el legendario ron Mount Gay. Nadie lo contradecía al respecto, más aún que se había convertido en un motor de venta de ron. A mí me convidaba siempre con una versión de Kill-Devil, el primer ron del mundo, el ron de los piratas. Qué distinción, según pensaba, pero lo debería de vender junto con un par de analgésicos. Vaya dolor de jaqueca que provocaba.
En Cuba siempre acabábamos en Guanabacoa, donde coincidíamos con Cornelius, nombrado así en honor de Cornelius Jol, el famoso pirata holandés “Pata de Palo”. Cornelius era un morenazo de ébano corpulento y con dotes de deportista. Él me enseñó a boxear; me ponía tremendas tundas y, al finalizar, me daba, según él, el mejor remedio: aguardiente de caña con mucho limón.
ꟷ Toma, hermano —me decía con delicadeza—, esto se inventó para combatir el escorbuto, pero yo descubrí que también quita el dolor.
Mientras hablaba, esbozaba una inmensa sonrisa que exponían la falta de sus dos incisivos centrales, quizá perdidos por puñetazos, ¿o por escorbuto?
Hice otro gran camarada en el puerto de Campeche, Juan Venturate, mejor conocido como Pec (perro, en maya). Decía que la gente que llegaba por el mar era gente que buscaba la aventura, que le encantaba probar cosas nuevas, y él no los podía decepcionar.
ꟷTe voy a revelar un secreto. Lo hago con muy pocos. Es una tradición ancestral. Es un hongo; lo llamamos teonanacatl. Es muy bueno cuando te sientes triste, cuando en medio del mar te entra la depresión, o cuando te tortura ese amor que te traicionó, y acabas probando. Hombre, degusta, nunca lo vas a olvidar.
Pues todos estos “entrañables” amigos que, además de llenarme de vicios, poco me sirvieron para encontrar un oficio que me permitiera vivir en paz, después de finalizar patrullando las peligrosas aguas somalíes con la cuadrilla de Sparrow, donde combatíamos contra los brutales piratas modernos.
Mis opciones se terminaban, y mi paciencia también. Mis convicciones y mi voluntad flaqueaban. Y en esos momentos apareció alguien que valoraba mi valentía y mi habilidad para luchar: Afweyne, que dejó la Marina Somalí para “luchar por la libertad”. Claro, a su manera, formando un temible y sanguinario ejército de piratas.
Lo llegamos a detener; yo estaba a cargo de su custodia. Pero un escuadrón de sus correligionarios acorraló nuestra corbeta, y lo logró rescatar. Cuando abandonó la embarcación, volteó y me dijo: “Tú y yo tenemos mucho en común”.
Vaya paradoja: resulta que Afweyne me reclutó.
ꟷ Tú eres un hombre de armas; no importa de qué lado estés, mientras estés con las causas auténticas —me dijo el africano.
Ese día me di cuenta de que tenía alma de pirata.