Al fin y al cabo, solo es un día
Enrique Gómez
Jamón del bueno, croquetas de bacalao, almendras, gambas cocidas, flamenquines trinchados, quesos del país, patatas fritas. El paté de perdiz no ha salido tan rico como el de otros años.
Después de los divorcios, ha habido renovación de cuñados. De los dos nuevos que han venido, uno se ha empeñado en oír el discurso del rey; el otro se queja de que el vino no está a su temperatura. División de opiniones: hay quien dice que estos son todavía más tontos que los anteriores, pero la mayoría se decanta por pensar que no hay gran diferencia.
Los niños corretean por toda la casa. La abuela, en la cocina, está al borde de la histeria. El yayo se ha quitado de en medio con la excusa de que hay que pasear a la perrilla. Discuten la hermana mayor y la mediana. El cuñado más veterano se ha sentado en el rincón para pillar su sitio.
«¿Qué falta en la mesa?», «¡Estos niños se están quitando el hambre!», «¡¿Dónde está vuestro padre?!», «¡¿Qué hace encendida esa televisión?!», «¡Todo el mundo a cenar!», grita la abuela desde la cocina.
Entre gamba y croqueta, los tres cuñados discuten de política. «¡Esas no son conversaciones para tener en la mesa!», interrumpe la abuela. El yayo, para enfriar el ambiente, va a la cocina en busca de más vino.
Sopa de picadillo: caldo de pollo espesado con quesitos, fideos, pechuga, picatostes, tacos de jamón y huevo duro picado.
Los cuñados andan escocidos con la abuela: callan y beben. Las hermanas empiezan a contarse sus viajes, especialmente la pequeña. Poco a poco se calientan y acaban riñendo: se dicen de todo las unas a las otras. Interrumpe la abuela: «¿Queréis no discutir delante de los niños?». Los niños, lo que quieren es más Coca-Cola. El yayo se levanta y va a por ella.
Redondo en costra de hierbas aromáticas, con salsa de almendras a la pimienta verde y guarnición de patatas panaderas.
El yayo trincha en medallones el redondo y lo sirve, las madres cortan la carne en trozos a los niños. En un rincón, el cuñado de toda la vida intenta congraciarse con la suegra, su mujer le dice que se calle y deje de beber vino. La abuela dice lo de todos los años: «Déjalo, mujer, que un día es un día». «Tú no te metas», le responde la hija.
Turrones variados para los mayores y de tres chocolates para los niños; mazapanes, polvorones, rosquillas de anís. Orujo de hierbas, pacharán, anís dulce para la abuela y aguardiente Machaquito para el yayo.
Alguien busca la bolsa de plástico donde están las diademas y las demás cosas que han comprado en el chino. La abuela está piripi, empieza a cantar villancicos y se le tuerce la diadema con cuernecitos de alce. Las hermanas tocan las panderetas. Al cuñado que le apagaron la televisión a mitad del discurso le ha tocado una zambomba y un gorro de Papá Noel, sigue de mala leche y no abre la boca, los otros dos se unen al coro de muy mala gana. Los niños están muertos de risa y canturrean: «Están borrachos, están borrachos». La abuela vuelve a decir que un día es un día.
Cava extremeño para los mayores, sidra El Gaitero para la abuela, mosto para los pequeños. Más turrón.
Los niños rompen tres copas al brindar. «Alegría. Alegría», grita la abuela en tono de falsete. El yayo recoge los cristales. El cuñado que se ha estado quejando toda la noche por la temperatura del vino dice que él prefiere champán, su mujer le da un pellizco para que se calle. Los otros dos se enzarzan porque uno afirma que, en su día, hubo dinosaurios del tamaño de gorriones y el otro le ha llamado enteradillo. Tienen que separarlos. Las mujeres discuten. La cena acaba como el rosario de la aurora y cada cual se va a su casa.
*
La abuela se queda recogiendo la cocina. El yayo coge la correa, busca a la perrilla, que ha estado escondida toda la noche, y ambos salen a la calle.
⎯Tranquilo, que al fin y al cabo es solo un día ⎯le dice la perrilla al dueño para consolarlo.
—Sí, pero es igual todos los años.