Mal rayo te parta

Leire Mogrobejo

Amado Güerito:

Sin ninguna tuya a la cual referirme espero que, al recibir esta carta, goces de buena salud.  Ha pasado el tiempo, y sigo esperando noticias tuyas.

Todas las tardes, cuando veo el sol acariciar con sus rayos el trigal, recuerdo tu leonina melena y cómo, con tu falsa inocencia de niño, me hiciste caer en la trampa para robar mi corazón.

Estás con ella, ¿verdad?   Con la tal Rosa. Mi roja cabellera se eriza tan solo de pensar en eso. Me duele que olvides que fui yo quien te enseñó a crear lazos, a construir lo nuestro como algo único en el mundo. Para ti y para mí.

Siendo justos, yo sabía de ella; tú la mencionaste, pero le resté importancia porque, si ni siquiera sabías hacer amigos, mucho menos desarrollar una relación cercana. ¿Acaso te lo iba a enseñar esa flor que nunca va a pasar del corredor? 

Cuando te encontré, solo eras uno entre cien mil muchachitos. Con el ejemplo y con mucha paciencia, te mostré cómo convertirte en alguien especial para mí, en espera de reciprocidad; pero con dolor veo que no fue así.

Compartir contigo mi secreto fue el más grande acto de amor, pero también mi más craso error; “Solo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”, te dije sin darme cuenta de que ya te había rendido mi corazón, y con eso quedé ciego para ver la horrible verdad: que más grande que la guapura y el magnetismo es el egoísmo lo que define a ustedes los de la realeza.

¡Mal rayo te parta, Principito!

Por favor regresa a mi lado.

Siempre tuyo,

El Zorro