Las cosas malas que le pasan a la gente buena

Darío Jaramillo

––Esto le va a encantar a los buitres de la nota roja ––dijo el agente especial Godinez, mientras se metía las manos a las bolsas. Era una noche fría y húmeda: sus favoritas para trabajar.

Ceballos examinó el cuerpo y asintió.  El cadáver presentaba marcas de ataduras en las muñecas, pero no había rastro de la cuerda o material con el que lo habían hecho. El sujeto estaba desnudo y entre las nalgas se asomaba una colilla de cigarro y un USB. No había mucho que hacer en ese momento, así que los investigadores ordenaron a los patrulleros cubrirlo con una manta y acordonar el área hasta la llegada de los peritos.

 

Ya en la morgue, el forense determinó que había sido acuchillado en el abdomen y en el tórax por lo menos en 30 ocasiones. Además, resaltaba en su reporte que al occiso le faltaban los dientes y los ojos. El cigarrillo era un Marlboro mentolado; el único perfil genético que se pudo extraer coincidía con el ADN de la víctima, mientras que el USB estaba protegido por una contraseña.

Si querían respuestas tendrían que hacerlo a la antigua, hablando con el círculo cercano de la víctima, identificada como Tomás Serrano.

––¿Tenía algún enemigo, alguien con quien se hubiera enemistado en fechas recientes? ––preguntó Ceballos mientras miraba fijamente al mejor amigo del occiso, sentado al otro lado de la mesa de interrogatorios.

–¡No, por supuesto que no!  Un día, mientras estábamos en el supermercado, un anciano había detenido la fila para pagar porque no aceptaban sus vales de despensa e intentaba juntar algunos pesos de su bolsa para pagar por lo menos medio kilo de huevos. Sin dudarlo, Tomás pagó su despensa. Ese tipo de persona era.

Aunque el interrogatorio de Ceballos no parecía conducir a ningún lado, la entrevista de Godínez con la novia del occiso, Patricia Lascurain, ofreció una pista sólida. La noche que había sido asesinado, debía reunirse con un sujeto que buscaba patrocinar el equipo de futbol infantil que el señor Serrano entrenaba tres veces por semana.

 

Lascurain les dio la dirección y el nombre del sujeto. Carlos Camacho, Avenida Baja California 271, departamento 14 B.  Los investigadores se apuraron para llegar a la dirección; no querían que el caso se enfriara, y las primeras horas después de un homicidio siempre son las más importantes.

 

Al llegar al departamento, la puerta estaba entreabierta y, al no escuchar respuesta a su llamado, decidieron entrar. El lugar olía a pintura fresca; parecía como si no hubiera estado habitado durante un buen tiempo. En la sala solo había un escritorio dispuesto en el centro; sobre este una lámpara y un frasco con un líquido en el que estaban sumergidos dos globos oculares y varios dientes, bajo el frasco una hoja de papel con un código de ocho caracteres escrito en tinta negra.

La combinación de caracteres podría tratarse de la contraseña de la USB encontrada en la escena del crimen, así que Ceballos tomó una fotografía y se dirigieron de inmediato al área de evidencias. Introdujeron el USB en una de las computadoras portátiles del departamento; Godínez tecleó la combinación y obtuvo acceso al contenido almacenado en el artefacto, donde solo había un archivo.

 

Ambos detectives se miraron, y Godinez abrió el video, donde se apreciaba al occiso con un menor de edad en lo que parecía un cuarto de hotel.  Cada vez que el niño, cuyo rostro estaba cubierto por una máscara, se negaba a alguna de las peticiones, Tomás utilizaba un cigarro para quemarle el antebrazo. Los oficiales detuvieron el video justo cuando Tomás abusaba del menor. 

Godínez y Ceballos apartaron la mirada de la computadora con un gesto de repulsión; ambos sabían que ante estas pruebas ni siquiera la familia del occiso presionaría al departamento de policía para encontrar al homicida sin que estos detalles se filtraran a los medios de comunicación.

––Oficial Godínez, ¿diría usted que este caso de homicidio tiene todo el potencial para acabar en la carpeta de casos por resolver?

––Creo que está en lo correcto; no vamos a perder el tiempo con este.

Ceballos asintió y cerró de golpe la computadora portátil.