Roy Carvajal
Angel de la guarda
Abrió los ojos. Se le notaba mareado. El quirófano apestaba a alcohol de fricciones. Estaba medio oscuro. La cortinilla verde que separaba al paciente del cubículo de la enfermera, no dejaba pasar la luz. Me mantuve invisible, siempre junto a él. Es lo que hacemos los ángeles.
Abrió la cortinilla y encendió la luz circular sobre el cuerpo del paciente que entrecerró los ojos. La enfermera se acercó. Le miró con pena. Le volteó la cabeza hacia su pecho, sobre la bata esterilizada. El chico gimió. Le abrió los párpados y con una lucecilla como un bolígrafo, le examinó las pupilas que se hicieron diminutas. Lo miró más de cerca. Sintió su aliento. Le puso un termómetro en la boca. Tras unos segundos, lo retiró y lo levantó para comprobar la medición. El círculo de luz del quirófano se reflejó en sus ojos azules. Puso el termómetro en la bandeja del instrumental. Tomó una jeringa. Midió la dosis del sedante y comprobó la aguja dejando salir una gota. La intravenosa perforó el brazo izquierdo del chico y lo dejó inconsciente.
Estarás bien, le susurró al oído la enfermera. Pero el tono quebrado de su voz no me convenció. Ajustó su trenza rubia bajo el gorro quirúrgico y de un tirón cerró de nuevo la cortinilla de privacidad. Los ganchos rugieron sobre el riel de metal.
Quizá sea menester de las enfermeras hacer que los que están por abandonar el planeta se sientan a gusto. Aeromozas entrenadas para asistir en viajes celestiales. Facilitan nuestra tarea antes de llevarnos las almas de los moribundos a los juicios. Los afortunados, renacen. Pero si fueron compasivos, quizá los conviertan en angelillos. Esta enfermera sería una buena candidata. Pero este chico… ni idea. Esperaré a ver si sobrevive.
***
Al despertar se dio cuenta de su estado lamentable. Con un grito de dolor logró levantar su brazo enyesado y se palpó la cabeza enrollada en vendas. La sangre seca se desmoronaba dejando rastros negros en la almohada. Con la lengua sintió sus dientes quebrados, afilados como mandíbulas de artrópodo. Levantó el cuello que traqueó al unísono con su llanto. Enfocó su vista en sus piernas levantadas con un soporte colgante. Platinas y tornillos apretados contra sus huesos, envueltos en una telaraña de gasa blanca. Ovillos de hilo envolvían su cuerpo fracturado hasta la clavícula.
Pobre de él. Nunca imaginé llevarme un alma así, de un cuerpo tan dañado. Voló cincuenta metros por el aire al cruzar una autopista. Drogado como siempre, con aquellos amigos luciferianos. Quiero volar, les rogaba, y los ángeles caídos cumplieron su deseo. Yo solo miraba con los brazos cruzados. El libre albedrío. Su derecho. No podía intervenir. El camión que lo embistió dejó su cuerpo inmovilizado sobre el pavimento. Por fortuna logré frenar el avance del vehículo antes de que le pasara encima y lo destripara. Es lo que hacemos los ángeles. Si no lo hubiese salvado, me habrían degradado al rango de angelillo. Pero en vez de abandonar el cuerpo, se convirtió en una frágil crisálida atada a una cama de hospital.
***
No pude llevármelo.
Hasta que aprenda la lección y ponga los pies sobre la tierra, sentenciaron los del cielo entre risas y dando tragos largos de ambrosía.
¡Vaya que tuvo suerte! ¡No sabía que a los humanos se les permitía reencarnar en insectos! Este chico es eterno. Aun me tocará cuidarlo, hasta que abandone el mundo. Ansiaba entregar su alma traviesa. Que me lo cambiaran por un monaguillo o alguna rezadora empedernida para facilitarme el trabajo.
Ahora cuido su capullo que cuelga de una rama. Sus alas crecen vigorosas. Se apretujan dentro de su caparazón, que ya luce más duro. Vibran en su interior haciendo ruidos estridentes como de cigarra. ¿Será cigarra o langosta? No lo sabré hasta verla salir de su pupa. Aún se notan restos de ovillos blancos que envolvían su cuerpo. Sus extremidades con cicatrices tornaron verdes… seis brazos, no sé, quizá patas… anaranjadas. Ya se ven unos colmillos que crecen sobre poderosas mandíbulas. Cuando salga volando será capaz de devorar hojas, bosques enteros. Otro dolor de cabeza para mí. Tendré que cuidarlo de campesinos e insecticidas. Es lo que hacemos los ángeles.