Sin retorno
Darwin Redelico
Con la mirada fija en la carretera, el
chofer lleva absoluto dominio de su
autobús. Una ojeada a su mapa de
papel cada tanto o el armado de un
cigarro le permiten quebrar la ruti-
na enmarcada en una marcha
constante, a través de un paisaje
desértico y carente de atractivos.
Conversan animadamente una me- Un hombre bajito y desgarbado, vestido con
canógrafa y un relojero. La dama, su único traje de color marrón y corbata
de unos cincuenta años y refinados verde anima el viaje a una joven que trabaja
modales, viste un tapado de piel de operadora en una compañía telefónica.
natural de chinchilla. El caballero, La divierte con un variado repertorio de
anciano, regordete y calvo, come chistes sobre negros, judíos y homosexua-
insaciablemente pastelitos fritos les
acompañados con café saturado
en azúcar.
Tras ellos, el asiento para dos lo Son también parte de la claque del humoris-
ocupa un solo pasajero. Es alto, de ta, un cajero bancario que lleva una cámara
aspecto rústico; usa la cabellera lar- fotográfica en su mano, y un cartero postal
ga y la barba tupida y desprolija. que carga una bolsa llena de guías telefóni-
Lleva puesta una remera con la foto cas y cuyas carcajadas resuenan por todo el
estampada del Che Guevara y lee un vehículo.
libro que trata las bondades del so-
cialismo.
Detrás del barbado, viaja una mujer Una abuela que es aficionada a la lectura y
que ha de tener unos setenta años. Las telenovelas de la tarde que emiten en
Su cabello blanco se halla recogido un canal abierto. Lleva apoyada en su falda
por un moño. Lleva una chaqueta co- una torta casera hecha por ella misma para
lor caqui sobre un saco de lana teji- sus nietos a quienes va a visitar. Y carga
do por ella misma y una pollera que también una bolsa que contiene un regalo:
mandó a confeccionar a una modis- un juego de mesa para compartir.
ta de confianza. No se maquilla y usa
perfume floral.
En el penúltimo asiento, viajan una Una mujer joven está viajando con sus dos
señora y un joven. Ella es vendedora niños pequeños. Ambos le reclaman a la
de entradas en un cine y está escri- madre por estar aburridos y querer salir a
viendo una tarjeta postal de cumple- jugar al aire libre. La niña quiere jugar a las
años. La tiene apo- muñecas con sus amigas y el varón, jugar a
yada sobre una enciclopedia. Es muy las canicas. La madre, de profesión taquígra-
cuidadosa con la caligrafía. El joven a fa les promete liberarlos cuando llegue a
su lado es cajero de supermercado destino. Mientras, para entretenerlos, les
y en sus horas libres practica pádel. ofrece gaseosas y alfajores de chocolate.
Su sueño es trabajar en esa empresa
toda la vida y progresar mostrando
fidelidad y constancia.
En el asiento del fondo viajan, en un extremo, un hombre ya entrado en años, de profesión diariero, que clava su mirada abstrayéndose por completo del entorno, en la llamativa anatomía de una mujer de mediana edad que atiende en un videoclub y que, sentada del otro lado, lee una revista.
El vehículo que traslada a todos estos pasajeros, de color amarillo con pintura a base de plomo, tiene su caja de cambio manual, y de su caño de escape emana un denso humo color negro, que se dispersa y es atravesado por otro autobús de iguales características, que lo persigue a regular distancia, y este a su vez es seguido por otro idéntico y así sucesivamente formando un infinito convoy.
Ninguno está provisto ni de retrovisor ni de reversa. Se desplazan a la largo de una ruta con una sola dirección y en sus frentes los carteles rezan: SIN RETORNO.
El eterno desfile del que no es posible descender una vez que se ingresa se lleva un mundo, una época, con sus costumbres, sus profesiones, sus ideas, sus contradicciones, sus ritos y sus sueños.
Y también se lleva una parte de todos nosotros.