Latidos del corazón
J. Iñaki Rangil
Desde hacía un tiempo no se oía hablar de otra cosa. En la oficina era como si no existiera otro tema de conversación. ¡Cómo somos! Resulta que hablábamos siempre de segundas. Me habían contado… me habían dicho… Nadie había estado. Tampoco lo habían visto. Eran otros los que contaban las excelencias vividas o vistas. El resto, como autómatas, lo repetíamos como si hubiésemos sido nosotros los protagonistas de tales aventuras vividas en aquel exclusivo club de moda. Allí solo se podía acudir por invitación personal. No había otro modo. Las preguntas que venían entonces eran muy simples. ¿Quién era el anfitrión? ¿Qué criterios usaba en la selección?
Aquel local no necesitaba ninguna publicidad más para atraer clientes. Desde que lo habían abierto, hacía dos meses, era muy difícil encontrar a alguien que no hubiese oído hablar de él. Era bastante más complicado coincidir con quienes hubiesen estado. Los había, por supuesto, pero eran muy discretos a la hora de detallar lo que allí había o qué sucedía dentro de aquellas paredes. En definitiva que existía un hermetismo manifiesto. Gente, que hablaba mucho antes de acudir, pasaba al mutismo total sobre aquel local después de su visita. Este silencio ya comenzaba, incluso, antes de ir, justo desde que se averiguaba que lo habían invitado al Nigth Club Heartbeats.
─¿Sabéis quién va a ir al Club? ─preguntó Gontzal a su grupo de amigos a la vez que les mostraba un sobre con membrete del famoso local, pese a su tan reciente apertura.
Enseguida, lo abrió y lo leyó, sin transcender su información. Esos detalles que le comenzaban a preguntar todos, pero él no daba ningún pormenor.
─¿Quién te lo manda? ¿Qué te dicen?
─Bueno, ya os contaré, ahora tengo que irme ─era lo único que sacaban.
En el mensaje, dirigido a su nombre, se lo invitaba a una fiesta que se celebraría el próximo sábado. Iba acompañado de unas instrucciones muy precisas que debía seguir al pie de la letra, las prendas de obligado uso, así como una contraseña que le permitiría el acceso a esa cita. Todo ello, si estaba interesado. Por supuesto que lo estaba; nadie rechazaría tal obsequio. Algunos pegarían por conseguir algo así. Lo firmaba Corazón Ausente… muy sugerente, a la vez que intrigante. Al poco de haber leído el texto, las letras desaparecieron del papel; quedaron en blanco, como si no se hubiese recibido tinta en ninguna ocasión.
Lo embargaba la emoción; la ansiedad tomaba aposento en él. No quería contar ningún detalle a nadie; se la jugaba. No podía consentir que la indiscreción de cualquiera le impidiese su disfrute. Se lo advertían explícitamente; las disposiciones estaban personalizadas de tal modo que sabrían de quién partía ese desliz, si llegara a irse de la lengua.
Por fin llegó el día; el smoking, con pajarita azul marino, ya lo tenía puesto. Le aguardaba una capa negra. Había pedido el taxi, que esperaría hasta que llegase para salir de casa y, en el bolsillo, llevaba el resto, todo tal como le habían indicado. No le iba a hacer falta nada más, ni siquiera dinero.
─Siento no poderle dar ni una propina; no llevo nada ─se disculpó con el taxista.
─No se preocupe, ya estoy bien pagado, el servicio está concertado ─fue su respuesta.
Delante de la puerta del Heartbeats sacó del bolsillo un antifaz azul; se lo colocó y golpeó tres veces con la aldaba en forma de corazón. Una portezuela pequeña se abrió ligeramente a la altura de la cabeza.
─Nombre y contraseña ─le solicitó desde dentro otra persona con la cara cubierta.
─Me llamo Gontzal Iturbe, y la contraseña es “En el taxi, he traído al cocodrilo hasta el gimnasio” ─respondió a su interlocutor, quien le franqueó el portalón, y le permitió el acceso.
El panorama era indescriptible; parecía vivir un sueño, un mal sueño, más bien; sin duda, una pesadilla. Los invitados eran carnaza de un grupo de vampiros que se estaban pegando un festín con los convidados que habían llegado antes que él. Mirando hacia atrás, observaba cómo estaba rodeado por los lacayos.
Allí, los únicos latidos eran de los invitados, que fueron las presas de aquellos cazadores que hacía tiempo que no les palpitaba su corazón.