Ana Fortuny

Volcán de agua

La cerilla pidió un milagro: Encender.  Le exigían cumplir su tarea, pero se sentía húmeda. Rozaban su cabeza roja en el borde de la cajetilla, contra la cinta áspera.  No aguantaba más.  Había que cazar a los tacuazines y los hombres necesitaban fuego.  Rogó al cielo y encendió. 

Los hombres elevaron plegarias: Que el fuego los acorrale. Y de hecho los acorraló, pero no solo a los tacuazines, también a las ardillas, a los quetzales, a los armadillos, a las mariposas, a las lagartijas, a todos los animales.   

El fuego pidió su propio milagro: Crecer, elongarme, ser fuerte.  Concedido.  Media hora bastó para que las llamas prendieran los arbustos y alcanzaran cien metros, formando una especie de tenaza.  Los tacuazines brincaban desde las ramas tratando de huir. Doscientos, trescientos, miles de metros recorrieron las flamas, sobre las plantas, sobre el suelo.

Lo vivo se convirtió en cenizas.  Sucedió sobre la piel del volcán, en la cara que da al sur, a la costa.  Desde sus faldas, el río de fuego subió y llegó a la cima.  Luego cubrió el cono y se preparaba para bajar por el lado norte.  

El volcán rogó: ¡Que apaguen el fuego, me quema lo verde!  Pero los milagros se habían agotado.  El Volcán de Agua necesitaba agua.  No importaba si la llevaban los bomberos, los rescatistas de volcanes, o los aviones de apoyo de otros países.  Agua, en pleno verano, cuando el cielo está más despejado que nunca y es de un celeste impecable. Agua, cuando no hay ni una nube, ni esperanzas de que el vapor se condense, cuando el invierno está tan lejano.

¡Lluvia, que se adelante la lluvia!, supliqué, con los ojos hacia lo alto.  No pedía la multiplicación de los panes y de los peces, ni la curación de Lázaro, o la división del Mar Rojo.  Tan solo un aguacero, un par de horas.  ¿Es eso mucho pedir?  Ni una sola gota se materializó. En cambio, estábamos frente a un infierno.  El humo cubrió la atmósfera en varios kilómetros a la redonda.  Desde la ciudad se veía el fuego por las noches, avanzando.  Los poblados cercanos temían lo peor.  Gases tóxicos, llamaradas perdidas. 

El incendio inició el 21 de febrero. Hoy es 26 y no se extingue.  Insisto:  Una lluviecita de verano

Tal vez a mí no me concedan nada. ¿Podría alguien, en otras latitudes, ayudarnos? Me parece que aquí la señal es muy débil.