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Veranos y oriundos

Leire M.

—¡Señora Avelina!, ¡soy yo, Miriam, ábrame la puerta, por favor! —gritó Miriam desde la puerta del corral.

—Ahora voy, Miriam, dame un minuto, mujer —respondió la señora Avelina mientras bajaba uno a uno los escalones de piedra de la vieja casona. 

 

Avelina nació en la cuadra de su casa en  1900. Una mañana temprano, su madre se encontraba sentada en un taburete de madera ordeñando a la vaca Mariave, cuando de repente sintió un dolor inhumano. Y allí, en la cuadra, dio a luz a su primogénita. Es la historia que Avelina contaba a quien quisiera escucharla; también decía: “Mi madre me nombró en honor a la vaca que estaba ordeñando, Mari Avelina” y añadía: “Soy el primer caso en la aldea de embarazo negado”.

 

Avelina abrió la puerta vestida con su indumentaria de abuela: un vestido de flores naranja y amarillo que se abrochaba por la delantera, un delantal que llevaba sistemáticamente como segunda piel, y un pañuelo atado a la cabeza que cubría parcialmente sus cabellos color ceniza.

—¡Miriam, ¿cuándo habéis llegado? —preguntó jovialmente. 

—Llegamos ayer por la noche; no quise venir tan tarde a saludarla. ¿Cómo se encuentra?

—Como una vieja de ochenta y…  trabajadora y ama de casa, pero feliz de ver que el pueblo se está llenando de alegría otra vez: no soporto el silencio invernal. ¿Necesitas huevos?

 —Sí, deme dos docenas, por favor. Esta noche voy a hacer unas tortillas para la cena de la hermandad. Vendrá, ¿verdad?

—Por supuesto, ya sabes que yo me apunto a un bombardeo. Voy a llevar dos pollos asados de mi corral. ¿Vas a llevar a las mellizas esta tarde a la plaza? He leído, en el programa del ayuntamiento, que, en el bar de Ruper, organizan una carrera de bueyes, un concurso de paellas y una exhibición de levantamiento de piedra entre otras muchas actividades.

—Primero, voy a hacer las tortillas rapidito; luego vamos a ir a la misa del mediodía y después iremos directamente a la plaza. 

—Bueno, pues si no nos vemos con tanta gente, dale un beso a las niñas de mi parte y diles que vengan cuando quieran a visitar la granja y el corral.

Se despidieron dándose un beso, y cada una fue a sus asuntos.

                                                                   *

La plaza del pueblo estaba muy concurrida. Todo el mundo estaba disfrutando con las actividades. 

Llegaron las tres de la tarde; la alcaldesa del pueblo se había instalado en el pódium del kiosco. Era el momento del discurso anual en el que daba la bienvenida a los veraneantes del pueblo y también agradecía al resto de los habitantes por su perseverancia y dedicación a la vida en la aldea. Gracias a ellos, el alma de El Moro seguía intacta. 

Era una de las únicas aldeas de todo Álava que contaba con nada menos que tres comercios y un bar, la carnicería de Manu El Machete, la panadería de Ane La Chapata* y la farmacia de la Olga (esta última no tenía mote). 

El cuartel general del pueblo estaba en el bar de Ruper, donde todas las tardes se jugaban partidas de mus, cuchicheaban de la vida de los pueblos vecinos y los críos compraban sus helados y gominolas. 

La gente de los alrededores iba a El Moro para hacer sus compras y paraban en el bar para comer unos pinchos antes de partir a sus casas.

 

El cielo bermejo y sus destellos anaranjados anunciaban la llegada de la hora de la cena de la hermandad. Todos los habitantes se acercaban a la plaza con sus manjares; las mesas estaban colocadas en fila india con su mantel blanco de papel y con bancos de madera a los lados. En el centro, estaban las botellas de vino y sodas que ofrecía el ayuntamiento en la ocasión. A lo largo de la mesa, los vecinos colocaban sus platos que habían preparado con amor.

De esta manera, comenzaba el principio de la temporada de las primeras veces: aprender a andar en bici, primeros amores, primera vez que nadaban sin manguitos en el río, primer baile agarrado…

                                                                    *

 —¡Señora Avelina!, vengo a despedirme —exclamó Miriam llena de tristeza. 

 —¡Ay, Miriam!, se ha pasado el verano volando —añadió despidiéndose.

 

*Chapata: tipo de pan.

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