Una senda, motivo equivocado

J. Iñaki Rangil

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Joseba había tenido que aparcar sus estudios para huir. Su nombre se vinculaba a una célula yihadista. Nada más lejos de la realidad, pero ¿cómo justificarlo? Quién de verdad podía hacerlo había fallecido. Se quedaba a expensas de la casualidad, esa que, también, hizo que compartiera actividades fuera del área académica, con compañeros muy próximos al entorno árabe radical. Un día, se le acercó Nahia, una joven muy atractiva de la que pensaba que había deslumbrado con alguna de sus habilidades. Sin embargo, se trataba de una policía. Al parecer, ella observó que Joseba no tenía nada que ver, pero sí que, por su proximidad en el equipo de futbol en el que jugaban, tenía acceso a Hashim, su presa.

─Ahora que sabes quién soy y qué quiero, me gustaría que me ayudaras. Llevo mucho tiempo esperando ese acceso que tú tienes; por ser chica no he podido ni acercarme ─le confesó.

─Tus compañeros son chicos que lo podrían hacer, ¿cómo me pides que haga semejante cosa?

─En su momento, fui la designada porque pasaba más desapercibida en el campus, pero tengo limitada la aproximación a los varones árabes. Mis compañeros tienen otras muchas limitaciones. Ninguno da el perfil ideal. Ahora no tenemos tiempo para buscar a uno adecuado, y más cuando todos los pasos ya los has dado tú. Eres el idóneo. Tengo vía libre de mis superiores; ya les he comentado de ti, aunque no saben quién eres. Estate tranquilo: no te conocen. No obstante, han autorizado la operación.

En definitiva, Joseba se embarcó en la tarea, lo más probable debido a la atracción que ejercía Nahia sobre él. Aunque comenzó en reuniones para lograr mejoras sociales para los suyos, con el tiempo, fue arrimándose más a la zona extrema del grupo. Después estuvo en asambleas políticas de las que iba informando de manera puntual. Transmitió jugosos chismes del grupo. Al final, su nombre apareció en diversos documentos junto a varios yihadistas, que daban a entender su vínculo con la organización. Nahia, junto a sus compañeros, procedió a la detención de Hashim y sus colegas. Se produjo un tiroteo, con la mala fortuna de que una bala acabó con la vida de la policía, sin haber dado la identidad de su colaborador.

La noticia de la redada para desmantelar la célula yihadista que había concluido con la muerte de Nahia se extendió con rapidez. La policía apareció por el campus preguntando por Joseba. Enseguida llegó a sus oídos la información que daba la televisión: buscaban a una persona, que concordaba con sus datos, por vínculos con el terrorismo. El pánico se adueñó de él. Decidió huir hasta que se pudiera aclarar su inocencia.

Así comenzaron sus peripecias errantes. Pensaba que los medios de transporte estarían controlados. Las carreteras, los accesos de la ciudad, su domicilio… también. Estaba cerca de la frontera; creía que tras ella no lo buscarían y serían más fáciles los desplazamientos. Casi con lo puesto, a pie, tomó camino hacia un lugar indeterminado, lo más lejos de allí. Consiguió pasar la frontera sin grandes problemas. Logró alejarse muchos kilómetros. De momento, se había librado de la prisión. 

Para subsistir, los primeros meses, trabajó en una granja. En cuanto los vínculos fueron más allá de los laborales, se despidió presentando una mala excusa. Más tarde, colaboró con un mecánico que buscaba ayudante no cualificado. La situación se repitió de forma muy similar. Él trataba de mantener las distancias para poder establecerse. Pero en ningún sitio parecía tener su destino. Su carácter afable y tranquilo, junto con su habilidad en las labores, le daban los réditos necesarios que le otorgaban ese no sé qué de confianza tal que era imposible mantener la distancia que pretendía.

De esa forma, fue bandeando de un sitio a otro hasta que, en cierta ocasión, leyó una noticia vieja en un periódico de hacía más de dos años. Allí aparecía su fotografía en una página. En la noticia rezaba que lo buscaban para prestarle protección porque sabían que un grupo terrorista estaba tras él por haber colaborado en la desarticulación de una de sus células. Por las notas de Nahia descubrieron que había estado colaborando. Sin saberlo, había conseguido apartarse de un peligro mayor, del que ni siquiera había sospechado. ¿Debería recuperar su vida ahora?