Un capullo de seda

Sarah Gil

Salió de la clínica y echó el cierre. El reloj avanzaba inexorablemente hacia las siete de la tarde, y la luz primaveral alargaba las sombras perezosamente. Andrés echó a andar con las manos en los bolsillos, rumbo a un apartamento donde nadie le esperaba desde hacía ya casi un año. Antes vivía allí con su mujer. Ya no. 

Aceleró el paso; la mirada fija en los adoquines del suelo. Sólo quería llegar a casa y quedarse dormido en el sofá. Apenas había recorrido cincuenta metros cuando una voz grave le llamó.

― ¿Andrés? ¿Andrés García? 

Se giró. Un hombre alto de mediana edad caminaba rápidamente hacia él. Andrés asintió con la cabeza.

― ¿Usted es cirujano plástico, verdad? ― preguntó el desconocido.  

Andrés asintió de nuevo.

― Tengo una propuesta para usted. Necesito…Necesito una operación de rostro completo. Necesito que me cambie de aspecto. Urgentemente. ― hizo una pausa ― ¿Podría hacerme usted un presupuesto? 

Al cirujano no le sorprendió la proposición. “Una operación de rostro completo”. El hombre era feo. De rasgos vastos; frente pequeña, mentón prominente y ojos hundidos. Tenía una estrella de cinco puntas tatuada en el cuello. Normal que quisiera una cara nueva, pensó. 

― Claro. Vuelva el lunes y le haré una tomografía, para ver qué tipo de operación requiere su caso específico. ― dijo. 

― Vale. Vale, muchas gracias. ― bajó la cabeza y se fue por donde había venido. 

 

El fin de semana pasó rápido en el descuidado piso del doctor. Como de costumbre, no cruzó palabra con nadie, y se alimentó únicamente de comidas precocinadas que se pudieran calentar en el microondas. No limpió la casa, ni la ventiló. Solamente vio programas banales en la televisión, y enderezó las fotografías de Isabel, su difunta esposa, que cubrían las paredes. 

El lunes por la mañana, se levantó y abrió su local. No tuvo que esperar mucho; el hombre del viernes pasado apareció por allí a primera hora. Andrés le hizo unas fotografías tridimensionales y, tras unas pruebas, le informó de sus opciones. Rinoplastia, cirugía maxilofacial estética y frontoplastia parecían las más adecuadas, pero el precio ascendía a más de veinte mil euros, y eso si no había complicaciones. El cliente aseguró que podía pagarlo, y le dio sus datos para hacer la transferencia cuanto antes. Parecía tener mucha prisa. 

Diez días después, el hombre se había sometido ya a las dos primeras intervenciones. Tras dos semanas de recuperación, Andrés volvió a operar por petición del propio paciente. Por algún motivo que el médico desconocía, todo aquello debía ser hecho con celeridad. Y así lo hizo. Rápido. En el plazo de tiempo de un mes y medio, logró transformar aquel rostro en uno completamente diferente. Por último, el hombre le pidió que le eliminara el tatuaje del cuello. La clínica contaba con un láser Q-swtched, cuya luz pulsante suprimía la tinta, por lo que esta última petición no fue complicada de complacer. 

El paciente saldó su deuda y dejó la clínica como un hombre nuevo, como una mariposa que abandona su capullo de seda. Nadie lo hubiera reconocido. Andrés volvió a sus encargos habituales, encargos sin prisa, sin apremio ni precipitación. Volvió a encerrarse en su casa los sábados y domingos, y a pedir pizza a domicilio casi a diario. Y a dormir solo en el salón, porque la sola visión de la habitación que antes compartía con Isabel le resultaba demasiado dolorosa como para soportarla. Un hombre ha encontrado un cuerpo en la sierra de Madrid, recordó. La policía ha acudido a la escena para analizar el lugar. También él tuvo que ir hasta allí. Le pidieron que identificara el cadáver. Se cree que los restos pertenecen a Isabel González, desaparecida el pasado mes de abril. Así era. Cuando la encontraron, llevaba varios días muerta. Asesinada. Se puso en marcha una investigación que todavía no había terminado. Había varios sospechosos, pero nadie sabía nada a ciencia cierta. Podría haber sido cualquiera. Fue con un arma blanca. Los federales están investigando el caso.

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Se dejó caer sobre el sillón y encendió la tele. La presentadora hablaba sobre el temporal que estaba por venir, y los titulares se sucedían uno tras otro en el noticiario. 

Ha sido identificado el asesino de Isabel González, desaparecida en Madrid hace un año alrededor de estas fechas…Andrés se inclinó hacia delante y subió el volumen. No sabía nada de la policía; llevaba meses sin saber nada de la investigación. Según le dijeron, tenían que mantenerle al margen, porque incluso él mismo era sospechoso. Se trata de un hombre de treinta y siete años, de residencia desconocida, que asesinó también a otras cuatro víctimas, todas ellas mujeres de aproximadamente treinta años de edad. Actualmente, se le busca por toda la península…Una fotografía ocupó la pantalla. En ella aparecía un hombre de ojos hundidos. Con una estrella de cinco puntas tatuada en el cuello.