Nacido para ganar
Thelma Moore
En una galaxia muy, muy lejana, llamada Galaxia Todopuedepasar, entre tantos y tantos planetas se encontraban dos que parecían idénticos. Uno se llamaba Dragoiris; y el otro, Dragonero.
En el Planeta Dragoiris existían comunidades de unos seres míticos que hacían las delicias de los niños al introducirse en los cuentos de los escritores. Los describían como dragones buenos de colores verdes, rojos, amarillos…, dedicados a ayudar a princesas encerradas en torres, a servir de vehículos para los caballeros héroes de las guerras justas, a salvar a niños de situaciones peligrosas… Sus labores dependían de cada escritor que los convocara para hacer feliz a la humanidad infantil.
En Dragoiris todos eran felices y vivían en paz. El mayor problema que tenían era la existencia de Arc D´feu, un joven dragón muy travieso y curioso que moraba en las afueras de la comunidad. No lo querían porque, además de latoso, nunca había sido requerido para intervenir en un cuento. Esto era porque no echaba sus llamas en chorro, como todos, y eso los avergonzaba. Su fuego era diferente, lo exhalaba en círculos y eso no les servía de nada a los escritores de cuentos. Inclusive sus ojos eran diferentes; alrededor del iris, se le observaban unas chispitas doradas y rojas, como de pequeñísimas lengüitas de fuego.
¡Ah!, pero no todo era felicidad, porque en el Planeta Dragonero habitaban dragones negros malvados, algunos con vetas azules que se distinguían por ser más crueles que los demás. Estas criaturas mitológicas permanecían enojadas y envidiosas de los habitantes del Planeta Dragoiris, porque los escritores rara vez los llamaban para intervenir en los cuentos para niños.
Era tanto el malestar de estos seres oscuros que decidieron declarar la guerra a los dragones de colores y acabar con ellos para apoderarse del protagonismo en los cuentos. Si los inhabilitaban, a los escritores no les quedaría más remedio que utilizarlos a ellos para historias que atemorizarían a los niños y, de esta manera cumplir con su cometido de maldades.
Entonces en el Planeta Dragonero se organizaron cónclaves para idear la manera de acabar con los hermosos dragones coloridos. Los más sesudos se abocaron a la investigación y a delinear una estrategia para inhibir a los vecinos en sus labores. Idearon un polvo químico que introducirían en una esfera construida con un material muy resistente llamado semperiron, que, al girar, activaba un mecanismo para abrir orificios a través de los cuales se diseminaría el polvo deshacedor de colores. Entonces sólo habría dragones color blanco nada y los escritores tendrían que recurrir a ellos, a los negriazules.
Y cuenta la historia que llegaron volando a arrojar la esfera maligna que decoloraría a los habitantes de Dragoiris. Después de que el artefacto aterrizó, rodó hasta una pequeña comunidad de dragones ya viejos y retirados. Cuando se dieron cuenta, el escuadrón de defensa de los dragones verdes salió con la orden de destruirla. La perseguían tratando de quemarla con andanadas de lumbre, pero se agotaban rápido al volar tras el artefacto que seguía veloz su camino y, a la vez exhalar el fuego y dar en el blanco.
En su trayectoria la esfera pasó muy cerca de la casa de Arc D´feu quien, ocioso, volaba por las cercanías buscando a quien fastidiar, y le llamó la atención la bola en su vertiginoso correteo expeliendo curiosas nubes blancas por todos lados. Como diversión, le lanzó su aro de fuego que la paró en su loca carrera. Como ese fuego era más intenso que las llamas de los demás dragones, la destruyó completamente y ahí quedó eliminado el peligro.
Los dragones verdes que iban persiguiendo a la esfera destructora, sin haber podido acabar con ella, fueron testigos de la maniobra; agradecidos, informaron al Concejo de Gobierno del Planeta Dragoiris, quien declaró a Arc D´feu héroe ejemplar.
Para colmo e ira de los vecinos negros, cuando los escritores se percataron de la existencia de los dragones viejitos blancos, los empezaron a solicitar para que les contaran a los niños historias de sus hazañas pasadas, entre las cuales el cuento del origen de su blancura era la preferida.