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Te busco y no te encuentro | J.L. Rivas

Más tarde será tarde para encontrarte. Te vas desdibujando en mi memoria. Ya no puedo meditar bajo los árboles y esperar a la Alejandra de Sábato en el Parque Lezama, ese teatro interior de mis desgracias. Unos nuevos, arrrogantes y fríos rascacielos, que podrían ser de cualquier ciudad, Esta no es Buenos Aires. 

     Para llorar a solas, tengo que alejarme, al progreso no le importan mis sollozos. Amanecer del Bajo, tras la casa rosada. donde están enterrados los egos de los próceres. Ya no me engrupen más, dice el paisano, pero viene otra vez la plaza engalanada y vuelve tozuda la esperanza. Otra vez el fracaso, pero… y si esta vez funciona?

      A qué horas se transformó mi ciudad? Cuándo fue que el Riachuelo la dejó de mirar?

     El triste tributo a la libertad. El pucho y el café en el bar del gallego, institución clavada en el corazón porteño, a la cafetería elegante, donde no se puede fumar, ni volver a soñar.

     El panadero, el que tiene un kiosco, el tachero qui parla con tutti, los padres y abuelos inmigrantes, «Los argentinos somos italianos que hablan españo», dijo Alfonsín. Cómo evocar sin que te duela, si el pasado te abruma y te tira para atrás. Amores que queman, como un recuerdo que se va estrechando. Rencor que crece para dentro, avanzando de espaldas, buscando las raíces … 

     Quiero acordarme del pasado tanguero y la música de la ciudad, del paseo por río sin orillas, de los carritos de la costanera, vaso de vino y choripan.

      Cuento las villas y veo cómo crece la miseria. Observo el antiguo Palacio de Correos convertido en centro cultural para ostentar el nombre de un político, y me veo arrastrando la bolsa de la correspondencia, mi primer laburo.

      Esa perenne vocación de barrio, de sillas en la vereda en el verano, de luces atenuadas, de chamullo intrascendente entre vecinos. Siempre hay algo para quejarse de la vida. Falta la plata, lo más trágico aún no ha sucedido, algo que quema ya en los labios, como un fuego que no cambia nada y lo transforma todo. Algo más triste que un domingo sin fútbol. Como el mate amargo que lo arregla todo, formando la ronda, luego ya veremos.

     La desmesura aparece en forma de un golpe de estado, la invasión a Las Malvinas, el corralito, el día que el gobierno demostró su grandeza robándonos a todos.

      La ciudad trasciende sus límites, irresponsablemente grande, ya se desparrama por el cuerpo como una fiebre incurable, sin mirar adentro, sin la grandeza de la otra Argentina, el granero del mundo que en un pasado alimentó la leyenda de Argentina potencia.

«No nos une el amor, sino el espanto,

será por eso que la quiero tanto».

(J. L. Borges)

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