Sombras

Vanesa López

Caminaba deprisa por la calle mirando temeroso a uno y otro lado. Sentía que había cometido un error inconfesable y por ello lo seguían, esperando a que bajara la guardia para poder atraparlo al fin.

Todo lo hacía desconfiar: la gente, los animales, las plantas, las farolas… aunque el mayor de sus temores eran los lugares oscuros.

La noche era el momento más difícil. Cuando conseguía dormir (siempre con una lamparilla encendida), las pesadillas se adueñaban de sus sueños y se despertaba sobresaltado.

Según pasaban los días, sus miedos fueron acrecentándose. Paulatinamente empezó a verlos: sombras grises y negras que pasaban veloces por su lado. Reían en lúgubres susurros y le decían que acabarían atrapándolo por mucho que intentara huir.

Cada día estaban más cerca. Empezó a vislumbrarlos también entre la multitud, y decidió evitar a las personas alejándose de sus amistades y de cualquiera que pudiera cruzarse por su camino.

Antes de acabar encerrándose del todo en su casa, intentó explicarle a su mejor amigo el problema que tanto lo estaba atormentando, pero entonces las sombras se tornaron más tenebrosas y enmudeció, presa del pánico. Los seres oscuros le repetían una y otra vez que nadie podría ayudarlo, y él sabía que aquello era cierto.

Al poco tiempo dejó de dormir para mantenerse alerta día y noche. Las noches se habían vuelto realmente aterradoras: los veía más nítidos que nunca y podía distinguir sus demoníacos rostros. Murmuraban incongruencias, le gritaban maldiciones que solo podían provenir del mismísimo infierno y sentía que, con sus gélidos roces, se le adhería una niebla obscura y viscosa, que iba abriéndose camino a través su cuerpo y de su alma.

Sintió cómo iba transformándose en uno de aquellos seres diabólicos. A partir de aquel momento, evitó cualquier contacto con el exterior: dejó de salir a la calle, aun teniendo la despensa vacía, y desconectó el teléfono y el timbre. No quería contaminar a nadie como habían hecho con él.

Supo que ya casi formaba parte de aquel mundo tenebroso cuando todo a su alrededor se tornó gris, y la “realidad” dejó de tener sentido.

Una de aquellas noches tan difíciles de sobrellevar, descubrió, casi aliviado, la solución, antes de acabar absorbido por aquel mundo: necesitaba sacar de él el mal que se había introducido en su interior. Tenía que expiar sus pecados, y lo preparó todo para poder llevar a cabo el ritual.

Las sombras se acomodaron a su alrededor con una siniestra sonrisa, como si supieran que, hiciera lo que hiciera, tarde o temprano lo atraparían.

Tanto era el terror que sentía que apenas sintió el dolor del primer corte, y la sangre resbaló lenta y cálida por su antebrazo (“Sangre maldita”, pensó él). Pronto, ambos brazos y el suelo se tiñeron de rojo, y siguió corte tras corte, hasta perder el conocimiento.

En el último momento, una de las sombras más siniestras, de ojos rojos y con una malvada sonrisa de afilados dientes, se acercó a él y, a pocos centímetros de su rostro, le susurró: “Ya eres nuestro”. Después todo se hizo oscuridad.

Despertó en un lugar desconocido, de paredes blancas, cuya iluminación lo cegó por unos instantes. Intentó moverse, pero unas correas lo mantenían firmemente sujeto a una cama. Estaba mareado y aturdido. Se quedó mirando durante unos segundos las vendas de sus brazos, y entonces apareció ante sí un rostro borroso.

Bienvenido a la vida saludó el rostro borroso de la bata blanca—. ¿Sabe dónde se encuentra? —No hubo respuesta—. ¿Recuerda lo que le ha pasado?

Él continuó en silencio.

Lo encontraron casi desangrado. Un poco más, y no lo habría contado —respondió con una mueca, que lo mismo podía significar ignorancia que indiferencia—. Pasará un tiempo aquí e intentaremos averiguar qué le ocurre para poder ayudarle explicó el doctor. Su amigo llamó a los servicios de emergencias porque hacía tiempo que lo encontraba muy extraño y no conseguía comunicarse con usted.

¿Dónde…? ¿Qué…? balbuceó.

Se encuentra en la unidad de psiquiatría. No debe preocuparse. Cuidaremos de usted hasta que se recupere. Intente descansar.

Justo antes de darse la vuelta, una sonrisa siniestra de dientes afilados surcó el rostro del doctor.