¿Segunda oportunidad?

Ángel Climent

El juez del tribunal de menores la manda sentarse, busca en el montón de expedientes y coge una carpeta, la abre y lee un nombre. Ella asiente con la cabeza mientras el magistrado se pellizca los pelos de la barba y le dice:

—Lo siento mucho, señora, pero a su hijo lo han encontrado borracho en uno de los baños del colegio.

—¿Borracho? Si no bebe… —interrumpe nerviosa

 —Lo han encontrado con un coma etílico que, además, le ha producido una depresión respiratoria que le podría haber causado la muerte. Gracias a Dios, y a un compañero que lo encontró, han podido reanimarlo.

»Antes de ver qué hacemos con él, he querido hablarlo con usted, y de ello depende el castigo que le pueda imponer a su hijo. Según lo declarado por los testigos y según lo corroborado por las pruebas, él es adicto al alcohol. Y, para conseguir dinero, no ha dudado en mentirle, robarle, y vaya a saber qué cosas más, que usted como madre se calla. Al no denunciarlo, no crea que le hace un favor, sino más bien al contrario.

—Su señoría, él no es un mal hijo: solo está pasando por un mal momento. El reciente fallecimiento de su padre, que era su referente, su ídolo ha hecho que se encuentre metido en un pozo muy oscuro del que no ve la salida. Sí, me ha robado, y otras cosas como usted dice, pero es mi hijo, y no voy a presentar ninguna denuncia contra él —le explica mientras con un kleenex se seca los mocos y las lágrimas—. Déjemelo a mí y verá cómo todo se soluciona. Para ver la luz de la salida, solo le hace falta amor de madre y comprensión.

—Muy bien, señora, a falta de su denuncia, yo solo le puedo imponer una pena menor de servicios a la comunidad por los daños ocasionados: rotura de un par de papeleras y el vaciado de desperdicios. Lo castigo a colaborar durante una semana, de lunes a domingo, de cinco de la mañana a una del mediodía, con el servicio de limpieza de la vía pública —le dijo mientras se levantaba— .Ya puede retirarse, y espero que tenga suerte y lo ayude a encontrar esa luz que usted dice.

—Muchas gracias, su señoría, ya verá cómo sí lo voy a ayudar. Como le digo, no es mala persona. Siempre he creído que todos nos merecemos una segunda oportunidad, y yo sé que él la va a aprovechar; a partir de ahora será otra persona. Muchas gracias por todo —le expresó desde la puerta.

—No hay de qué; lo único que le puedo decir es que no tenga usted que arrepentirse de darle esta segunda oportunidad. Mi experiencia en el cargo me ha enseñado que no siempre es conveniente darla, sino que es mejor que se la ganen. Adiós, señora y, de verdad, le deseo de todo corazón que tenga mucha suerte. 

 

***

 

No había acabado de pasar la semana de castigo cuando recibió una notificación del juez por la cual le pedía que se presentara ante él para hablar de su hijo. Dejó lo que estaba haciendo, se miró al espejo, se retocó el pelo con la mano, cogió el bolso y se fue a paso rápido, casi corriendo, al juzgado.

Al decir su nombre al ujier, este la guio al despacho del juez que, nada más verla, le pidió que se sentara y empezó a explicarle:

—Señora, la he mandado a buscar porque hemos recibido una queja de la empresa que realiza la limpieza, por la cual su hijo no se presenta desde hace tres días.

—No puede ser, su señoría, él se levanta todos los días para ir a trabajar; me dio su palabra.

—Además, ha robado el dinero que tenían en una caja para los gastos corrientes. No me ha quedado más remedio que dar una orden de busca y captura.

—Su señoría, él no sería capaz de…

Suena el teléfono, y el juez contesta:

—Espero que sea algo urgente: di orden de que no me molestaran.

—Sí, señor, pero es que acaban de encontrar al prófugo en un portal, muerto por una sobredosis.