Recuerdos de infancia
Enrique Gómez
Papá trabajaba en un banco por las mañanas; por las tardes, coleccionaba mariposas muertas. Tenía un mueble grande lleno de cajones; en cada cajón, cajitas, y en las cajitas, cadáveres de colores.
El día que cumplí los doce años, papá me llevó a su despacho, se limpió las gafas, abrió uno de los cajones y sacó una cartulina con una mariposa ensartada en ella. Con solemnidad, me dijo que ese era mi regalo y lo dejó sobre la mesa.
Me acerqué lleno de orgullo, me incliné sobre el bicho, admiré su belleza y luego lo cubrí con un vómito espeso.
ii
Hay personas que, tras golpearse la cabeza, hablan idiomas. Mi hermana no: un día cayó de espaldas y quedó ausente.
Había que darle la sopa, cortarle los filetes en trocitos pequeños y hacer como si no pasara nada. Papá y mamá le hablaban con dulzura: «Cariño, esto…», «Mi vida, lo otro…», pero eso no la mejoraba.
Para solucionar el problema le tomé cuidadosas medidas: marqué en su frente el lugar simétrico a donde se había dado el golpe y allí le di un fuerte martillazo.
Ahora mi hermana habla por los codos, el problema es que lo hace en arameo y nadie la entiende.
iii
Mi amigo Poli nunca le había visto los cojones a un toro, pero presumía de tenerlos igual de gordos: «¡Como los de un toro!», zanjaba siempre nuestras discusiones. Y yo callaba.
Un día me mosqueé y le respondí: «¿También con pelos?». Esta vez fue él quien no supo qué decir.
Cuando llegó a su casa, Poli llamó a Gonzalo, que era hijo de médico: «Gonzalo —dijo Poli, con un hilo de voz— tengo pelos en los huevos».
Y Gonzalo lo mandó a tomar por culo.
iv
Alpechín es el lado oscuro del aceite, concentra todo lo desagradable que hay en la aceituna. Es el hedor que se percibe al atravesar Jaén en diciembre. Eso lo sabía el niño Manuel.
Manuel poseía dos cualidades que combinadas son muy peligrosas: enredador y patoso. Un día, de paseo con su abuelo, jugaba junto a un pozo de alpechín… y cayó al pozo: se empapó de pestilencia. Para su vergüenza, el abuelo no dejó de reír en muchos días.
El olor no se le quitaba y adquirió categoría de síndrome: ZOFAMA (Zagal de Olor Fétido Abochornado por su Malvado Abuelo).
v
Padre solía venir a cenar entre borrachera y borrachera. Aquella noche que llegó hizo lo de siempre: no saludó, se sentó y pidió de comer.
Madre, sin hablar, le puso el vino a mano y calentó el potaje de habas que a él tanto le gustaba. Cuando lo probó, lo encontró falto de sal. Ella le acercó el vaso con la cucharilla clavada en la sal gorda.
Acabó padre de comer, soltó un eructo, se levantó, salió sin despedirse y se lo tragó la noche.
Mi hermana y yo habíamos permanecido inmóviles todo ese rato: le teníamos tanto miedo a padre que no nos atrevimos a recordarle que llevaba muerto tres años.