Phantom Limb

Lucía Fierro

3 3

Dos ojos, dos manos, dos piernas… busco lo que no está. Creo que está todo. Pero viene otro que me mira así. ¿Cómo? Con pavor. Sí, fue un choque. Aquí estoy, y no tengo dolor. Oí que algo falta, pero el nombre lo dijo bajo. ¿Tal vez dentro de mí? Siento todo, y creo que va bien. ¿El otro tipo? No sé, quizás muerto. O se marchó y me dejó aquí. Al ir en bici, solo la piel me guarda. Abro los ojos y veo sangre. ¿Será mía? Un doctor baja al suelo y me habla: “Calma, vas a estar bien.” Su gesto jovial es falso. “Solo palia mis nervios”, pienso. No sé bien lo que pasa. Mi razón es vaga, flota densa y torpe como en la niebla. De pronto oigo ruido. La señal sorda crece. Dos ATS me cargan en un furgón. Va veloz por la vía. Vuelo. Sigue el ruido chillón. Sigo viendo todo rojo. La chica me habla: “¿Tienes dolor?”. La miro. Es casi una niña. Digo “no”. El furgón se para. Me bajan y me llevan al centro. Allí me mira un doctor y le oigo hablar con su equipo “Lo mejor es cortar.” Y lo hace. Unos días en esa cama y para casa. En mi hogar me muevo torpe, apoyo mi peso en todos lados, choco aquí y allá.  A veces hasta me caigo. Lo raro es que aún noto mis piernas, pero no me sirven. En el lugar de cada una hay un muñón. Pero las siento. “Phantom limb” lo llaman. 

No es fácil salir de casa: abro la puerta, paso con la silla, pero no puedo cerrar. Cuando ya estoy casi fuera, veo que me dejo la llave. Trato de abrir con la pierna, antes de que se cierre. Y no sé cómo, pero lo logro. Cojo la llave y hago todo de nuevo. Puedo vivir así, aunque me siento muy torpe.  

Salgo a la calle en silla de ruedas. Voy a los sitios donde siempre iba. Mucha gente que me ve, deja de mirar.  Otros me hablan tristes. No sé por qué: estoy vivo. 

Los martes siempre voy a nadar. Hoy es martes, así que voy. El guardia del centro me baja al agua en una silla con un brazo de metal. Ya allí, no me siento torpe. El agua llena los huecos de mi cuerpo. Formo parte del fluido, veo todo desde este prisma azul, y fluyo, igual que en esta nueva fase de mi vida, sin piernas. Nado sin trabas. Mis brazos tiran de mi cuerpo, y hay algo que me lanza hacia el frente. Es como un motor que emite su fuerza desde atrás, donde antes iban mis piernas. Pero no están. ¿De dónde viene esa fuerza?

Cuando me canso, llamo al guardia para que me saque del agua en la silla de metal. 

Vuelvo a casa. Al doblar la calle, me cruzo con el pelma del piso de al lado. Cuenta que su primo está igual, sin piernas. No puede hacer nada, no sale; su vida es triste. Me habla sin parar. Habla y habla y habla… hasta que me harta. Yo me centro en las katas de judo: siguen en mi mente. Ella las piensa y mis piernas las hacen. Lanzo con  todas mis fuerzas. Por fin el pelma se calla y huye veloz, corre sin parar. Ya no lo veo. No sé lo que ha pasado, no es normal. ¿De qué parte de mí sale la fuerza?

Ya en el portal, alguien viene, me habla raro, se pega a mí y me roba. Lanzo mis piernas contra su frente y vuela contra la pared. Y el ladrón cae al suelo. No dice ni pío. De hecho, no se mueve. Me marcho. De nuevo, no sé cómo ha pasado.

Por fin en casa. Pienso en esta nueva fuerza. Quizás deba dejar su uso. O tal vez puedo probar a usar más mi don, hasta lograr su control. Por el ladrón no sufro: nadie puede pensar que fui yo.