Perdón que duele
Silvina Brizuela
“Perdón” me dice, y en el fondo yo quisiera perdonarlo, nuevamente, estúpidamente, pero no puedo ni hablar, me duele la mandíbula, me duele la cara, siento la forma de su puño estampada en mi cachete izquierdo. “Por favor, perdóname” me insiste, y a mí me salen a borbotones las lágrimas de los ojos. Debería decirle no te perdono ni mierda, imbécil, estúpido, malparido, hijo de puta. Pero no me sale, no me sale porque me duele toda la boca, toda la cara, me duele el corazón. “Hey, te estoy pidiendo perdón”, insiste, “no va a volver a pasar”, pero no le creo una mierda, ya sé que sí volverá a pasar, obviamente volverá a pasar, como viene sucediendo hace meses, y no será mi culpa, nunca lo es, será algún puto exabrupto suyo porque, a alguien en la calle se le ocurre mirarme o porque alguien me sonríe al saludar, alguien, no importa quien, el portero del edificio, el chico del delivery, el vecino de al lado, alguien. No importa, nunca importa, si a él le molesta, o le parece que ese tipo me quiere coger, se despierta su monstruo interno y ligo yo, toda su furia contenida cae en mí, a las patadas, puñetazos, jalones de pelo, lo que salga. Esta mañana, todavía en la cama, ni llegué a despabilarme y ya lo tenía encima mío, golpeándome. No supe qué lo había puesto así, bah, al final para qué saber, no importa, ya no quiero razones, no sirven para nada las razones, porque no cambia nada. ¡Cómo me gustaría morirme!, que un día me pegue tan fuerte que mi cabeza se destruya contra el piso, o que me aviente por el balcón, o que me ahogue, no quiero vivir más, así no quiero nada, fui una estúpida por enamorarme de él, pero yo no sabía, y cuando empezó a golpearme no tuve el coraje de salir corriendo, de escaparme. “Perdóname, Carlota”, me insiste, tomándome la cara para levantarla y poder mirarme a los ojos. Yo chillo, me duele, sus manos tocándome me hacen daño, me dan pavor, me causan un miedo infinito. Pensar que yo lo quería, creo que todavía lo quiero, cuando vuelve a ser él, me enamoré como una loca, pensé que él también me amaba… por eso me mudé aquí, por eso dejé la casa de mis padres en contra de todas las opiniones y consejos, dejé la facultad para estar más tiempo a su lado y renuncié a mi trabajo que, aunque ganaba poco, me gustaba. Hace un año que estamos juntos, los primeros seis meses fueron gloriosos, estar a su lado se sentía como vivir en el paraíso, hasta que apareció el monstruo y todo cambió, se transformó en un ser abominable, espantoso, lleno de odio y celos. “Te perdono”, le digo, sin convencimiento, disimulando la rabia y la impotencia, mordiéndome la lengua para no hablar, para no putearlo y mantenerme indefensa y sosegada, como a él le gusta. Si lo perdono me deja ir, al menos por ahora. Necesito un baño, necesito hielo, necesito llorar tranquila, pensar cómo morirme o cómo escapar de esta jaula maldita, de esta pesadilla.