Partida de caza
Pedro Muelas
Acampado con los rifles y los caballos en la gran llanura norteamericana Aidan miraba al Este y recordaba su Irlanda natal. Ya habían pasado varios años desde su llegada y todavía le parecía increíble la abundancia de esa tierra. Que diferente era de sus recuerdos de Irlanda, donde la gente moría de hambre a tal velocidad que no daba tiempo ni de enterrarlos[1]. En ese momento trabajaba para el señor Smith. El contrato era para cazar búfalos en las grandes praderas recientemente compradas a México. Aidan estaba muy agradecido a su jefe, pues muchos nativos evitaban contratar a irlandeses y menos para un puesto tan bien pagado.
La partida de caza la componían un puñado de hombres y un carro para suministros. Aidan había preguntado varias veces dónde iban a transportar los búfalos muertos. En esos momentos el señor Smith le miraba con una sonrisa y le contestaba que no se preocupase por eso. La primera vez que vio una manada, Aidan pensó que matarían un par de esos magníficos animales y que dejarían al resto pastar en paz. A fin de cuentas no tenían donde llevarlos, ni siquiera transportando solo las pieles.
Se colocaron detrás de una loma y cuando dieron la señal todos los rifles descargaron al mismo tiempo. Aidan mató un par y pensó que ya habían terminado. Cuando miró a sus compañeros comprobó horrorizado que no dejaban de disparar. Los animales caían muertos por decenas, intentaban escapar pero su propio número les impedía correr y salvarse. Cuando los disparos cesaron la pradera estaba llena de cadáveres y su jefe les indicaba que montaran para perseguir los restos de la manada.
—Señor Smith—dijo Aidan dudando si debía hablar— ¿No hemos cazado ya suficientes? ¿No deberíamos dejar a los otros? Para el futuro.
—¿Pero qué ladra ahora este comepatatas? —dijo uno de sus compañeros— sube al maldito caballo antes de que se escapen.
—Aidan, —dijo calmadamente su jefe— monta. Ya hablaremos esta noche en el campamento.
Pasaron el resto del día matando a los animales. Cuando la munición empezó a escasear el jefe les ordenó que mataran a las hembras y dejaran a los machos para el final. Aidan no podía entender tal derroche de recursos. Cada uno de esos animales podía alimentar a una familia durante un año y ellos los estaban masacrando sin contemplaciones. Ni siquiera se paraban a recuperar las pieles, las piezas eran abandonadas para festín de los buitres. Cuando volvieron al campamento el señor Smith llamó a un lado a Aidan para hablar a solas.
—Señor, —dijo Aidan— estoy muy agradecido por este trabajo, pero no entiendo el objeto de toda esta muerte.
—Escucha muchacho, el contrato es para cazar búfalos. A nosotros el gobierno nos paga por matarlos y nada más. No estamos aquí por las pieles o la carne, nuestro trabajo es acabar con tantas manadas como sea posible.
—¿Pero, por qué?
—Es complicado y no espero que lo entiendas hoy. Simplemente debes saber, que estamos ayudando a cumplir nuestro Destino Manifiesto[2]. Los blancos hemos sido elegidos por Dios para dominar este continente. Nuestra victoria contra México[3] es la prueba de ello y no podemos parar hasta conseguirlo.
—¿Pero qué tiene eso que ver con los búfalos?
—Cuando llegamos a esta tierra, esos malditos salvajes nos atacaron. Intentamos cazarlos uno por uno como las alimañas que son, pero son demasiado escurridizos. Nunca habríamos podido acabar con ellos, así que el gobierno decidió otra alternativa. Los indios necesitan estas bestias para alimentarse, sin ellas no son nada. Nos dimos cuenta de que un búfalo muerto es un indio menos[4].
—¿Me está diciendo que los cazamos para quitarles su comida, en su propia tierra? Usted no sabe lo que es pasar hambre, me niego a participar de algo así.
—Ya me advirtieron que no debía tratar a un maldito comepatatas como si fuera un blanco. Debería haberte dejado en la cloaca de Boston donde te encontré.
Al día siguiente Aidan montó su caballo y dejó el dinero que le había adelantado su jefe. No sabía qué le depararía el futuro, pero sí que no condenaría su alma por un puñado de dólares.
[1] Gran Hambruna Irlandesa (1845 a 1852) 1 millón de muertes.
[2] Destino Manifiesto: John O’Sullivan en un artículo de 1845.
[3] Ver Tratado de Guadalupe-Hidalgo, 2 de febrero 1848.
[4] General William Tecumseh Sherman “Recuerdos de la Guerra Civil” (1875)