LeMo
Ocho días al mes
No todos los esfuerzos son tan puros como el tiempo juntos
Se adivina su estatus social solo con mirarlo: manicura, corte de pelo y afeitado de barbero (todo perfecto), traje de dos piezas y maletín esposado a su muñeca. Anillo en el anular, y patas de gallo que delatan una sonrisa de las que salen de adentro: las que no mienten.
Disimulas tus tormentos con una felicidad exteriorizada como para ganar un óscar al mejor actor en la película de tu vida, y si te descuidas, el segundo papel también.
Cuando atraviesas el umbral de tu palacio, te conviertes en rey para tus princesas y amante para Elena; veinte años de pura dedicación, de puro amor, y ella no sospecha nada. No te consideras necio porque nadie sufre, aparte de ti. Y, aunque a menudo olvidas tu otra cara, por las noches, tu “yo” dormido, te lo recuerda: lloras, gritas, te mueves y acabas despertando a tu esposa. Inquieta, labios hacia dentro de pena y acariciándote el cabello, te ayuda a encontrar paz como un niño pequeño en los brazos de su madre. Tus latidos presurosos se acaban meciendo con los de ella y así, de este modo, os quedáis dormidos.
Cada lunes lo recibes con entusiasmo: maleta llena, dispuesta para despegar y abrir y cerrar a cada hotel que vas. Clientes/visitas, cenas a solas, cenas con ventas, alcohol/nieve… más nieve que alcohol, contratos firmados/dinero, ritmo desenfrenado: euforia y libertad, libertad por carencia de explicaciones.
Por las mañanas te fuerzas a aparentar estar vivo para poder hacer la videollamada con las gemelas y con tu mujer. Aunque no lo sepas, ella te nota cansado; sabe que hay excesos y no te lo reprochará porque eres un hombre de esos que cumplen cuando están. No estás a medias, lo das todo, ¿únicamente para evitar una reprimenda? No, por amor.
Solo te falta un poco de fuerza que no encuentras dentro de ti. El tiempo que no tienes recorriendo continentes y atravesando mares con su respectivo jet lack te están matando a cachitos. El otro cachito que te queda se lo están comiendo tus vicios, que ayudan a seguir el ritmo. Y, desde hace dos años, sin saber en qué momento todo empezó, te encontraste en el interior de esta espiral destructiva.
Te miras al espejo y ruegas/afirmas: “Una más, solo una, te lo prometo”. Hablas a tu consciencia, como si de un ente ajeno se tratara. Sabes mantener la postura y, a veces, la cordura ante situaciones verdaderamente vulnerables. Pero lo de hoy no te lo esperabas.
Un cliente te ha cancelado la reunión de camino (por los aires) en algún lugar entre Madrid y Dubai. Piensas en las crías y en que hoy es su cumpleaños… coger un vuelo directamente de vuelta te permitirá llegar a tiempo antes de que se acabe el día.
Finalmente, llegas a casa a las diez de la noche y, aunque estén acostadas, las despertarás para felicitarlas por su cumpleaños en persona.
La casa está a oscuras, menos el reflejo de la lámpara de vuestra habitación. “Estará leyendo”, piensas.
Abres con sigilo la puerta: las niñas no están en su cuarto. Te extrañas y te diriges hacia vuestra habitación; una canción de Nat King Cole (su favorita) sale del tocadiscos. La cama está vacía y sin hacer; el sonido del agua que llena la bañera te invita a desnudarte y a adentrarte por sorpresa en el cuarto de baño, pero la sorpresa te rebota a tu persona como si de una bofetada se tratara: tu esposa no está sola. Te das cuenta de que no solo tú tenías una faceta de ti escondida.
No todo depende de cómo te comportes cuando estás; no importa la calidad de vida que puedas ofrecer a los tuyos. Los sacrificios no cuentan porque lo importante es estar todos los días, y no ocho al mes.
Se adivina su estatus social solo con mirarlo: manicura, corte de pelo y afeitado de barbero (todo perfecto), traje de dos piezas y maletín esposado a su muñeca. Anillo en el anular, y patas de gallo que delatan una sonrisa de las que salen de adentro: las que no mienten.
Disimulas tus tormentos con una felicidad exteriorizada como para ganar un óscar al mejor actor en la película de tu vida, y si te descuidas, el segundo papel también.
Cuando atraviesas el umbral de tu palacio, te conviertes en rey para tus princesas y amante para Elena; veinte años de pura dedicación, de puro amor, y ella no sospecha nada. No te consideras necio porque nadie sufre, aparte de ti. Y, aunque a menudo olvidas tu otra cara, por las noches, tu “yo” dormido, te lo recuerda: lloras, gritas, te mueves y acabas despertando a tu esposa. Inquieta, labios hacia dentro de pena y acariciándote el cabello, te ayuda a encontrar paz como un niño pequeño en los brazos de su madre. Tus latidos presurosos se acaban meciendo con los de ella y así, de este modo, os quedáis dormidos.
Cada lunes lo recibes con entusiasmo: maleta llena, dispuesta para despegar y abrir y cerrar a cada hotel que vas. Clientes/visitas, cenas a solas, cenas con ventas, alcohol/nieve… más nieve que alcohol, contratos firmados/dinero, ritmo desenfrenado: euforia y libertad, libertad por carencia de explicaciones.
Por las mañanas te fuerzas a aparentar estar vivo para poder hacer la videollamada con las gemelas y con tu mujer. Aunque no lo sepas, ella te nota cansado; sabe que hay excesos y no te lo reprochará porque eres un hombre de esos que cumplen cuando están. No estás a medias, lo das todo, ¿únicamente para evitar una reprimenda? No, por amor.
Solo te falta un poco de fuerza que no encuentras dentro de ti. El tiempo que no tienes recorriendo continentes y atravesando mares con su respectivo jet lack te están matando a cachitos. El otro cachito que te queda se lo están comiendo tus vicios, que ayudan a seguir el ritmo. Y, desde hace dos años, sin saber en qué momento todo empezó, te encontraste en el interior de esta espiral destructiva.
Te miras al espejo y ruegas/afirmas: “Una más, solo una, te lo prometo”. Hablas a tu consciencia, como si de un ente ajeno se tratara. Sabes mantener la postura y, a veces, la cordura ante situaciones verdaderamente vulnerables. Pero lo de hoy no te lo esperabas.
Un cliente te ha cancelado la reunión de camino (por los aires) en algún lugar entre Madrid y Dubai. Piensas en las crías y en que hoy es su cumpleaños… coger un vuelo directamente de vuelta te permitirá llegar a tiempo antes de que se acabe el día.
Finalmente, llegas a casa a las diez de la noche y, aunque estén acostadas, las despertarás para felicitarlas por su cumpleaños en persona.
La casa está a oscuras, menos el reflejo de la lámpara de vuestra habitación. “Estará leyendo”, piensas.
Abres con sigilo la puerta: las niñas no están en su cuarto. Te extrañas y te diriges hacia vuestra habitación; una canción de Nat King Cole (su favorita) sale del tocadiscos. La cama está vacía y sin hacer; el sonido del agua que llena la bañera te invita a desnudarte y a adentrarte por sorpresa en el cuarto de baño, pero la sorpresa te rebota a tu persona como si de una bofetada se tratara: tu esposa no está sola. Te das cuenta de que no solo tú tenías una faceta de ti escondida.
No todo depende de cómo te comportes cuando estás; no importa la calidad de vida que puedas ofrecer a los tuyos. Los sacrificios no cuentan porque lo importante es estar todos los días, y no ocho al mes.