Así, no

María Oñoro

Abro los ojos, pero no me siento despierto del todo. Parezco estar flotando en una nube. A través del cristal, veo cómo dos policías uniformados me observan mientras hablan con mi abogada.
¿Qué hace ella aquí? Un médico que está con ellos realiza aspavientos cuando una mujer policía le habla en voz alta. Aguzo el oído.
—¡Exigimos interrogar ahora mismo al sospechoso! El tiempo es un factor determinante para la investigación.
—Como ya les he dicho, hasta que no le demos el alta, no declarará; su estado de salud es inestable por ahora. Ni siquiera ha estado despierto todo el tiempo. Definitivamente, no se encuentra en condiciones de someterse a tanto estímulo.
El policía, malhumorado, pega un puñetazo en la ventanilla.

Nadie parece haberse dado cuenta de que ahora sí estoy despierto, así que toco el timbre para avisar. Enseguida, una enfermera viene a mi habitación.
—Buenos días, Tom, ¿cómo se encuentra?
Confundido y desorientado son las primeras palabras que acuden a mi mente, pero me limito a asentir. No comprendo qué hace toda esa gente ahí mirándome. Unos ligeros flashes golpean mi cabeza, pero prefiero ignorarlos.
Finalmente, el médico parece ceder ante la insistencia de los policías porque los veo entrar a los cuatro con decisión.
—Hola, Tom, estoy aquí para asistirte como tu abogada.
—¿Qué ha pasado? —pregunto expectante.
El policía más robusto se acerca poniéndose a la altura de Sally.
—Tom Miller, necesitamos hacerle una serie de preguntas. El sospechoso, en una investigación, si colabora, facilitará las cosas a mis compañeros y a usted mismo. ¿Qué estuvo haciendo la noche pasada, entre las doce y las cinco de la madrugada?
Hago memoria.
—No lo recuerdo.
Los dos policías dirigen la mirada hacia el médico.
—En estos casos, es muy normal que el paciente pierda la memoria las primeras horas después de despertar. Ya les he dicho que no estaba en condiciones de…
—Vaya, hombre, muy oportuno —interrumpe con fastidio la mujer policía—. Que sepa que no se
va a librar con una excusa tan vieja como esa.
El policía mira a su compañera a modo de reprimenda.
—Vamos a ver si le refresco la memoria —continúa ella sin rendirse—. ¿Le suena de algo el nombre Becky Hall?

Siento un estremecimiento al escuchar ese nombre, pero controlo mi reacción y muestro un rostro impasible, mientras digo: “No me suena de nada”.
Veo la desesperación en la cara de esos imbéciles y me gusta saber que tengo el control.
El agente vuelve a la carga.
—¿Sabe usted por qué está en el hospital?
“Esa es fácil”, pienso.
—Según el médico, he sufrido un traumatismo craneoencefálico.
—¿Y tiene idea de cómo ha sido?
—No. Como ya le he dicho, no me acuerdo de nada.
—Pues bien. La pasada madrugada, fue usted encontrado en su casa, inconsciente. Un vecino escuchó unos gritos y nos alertó. Cuando llegamos, ya era tarde. Lo encontramos tendido en el suelo con una herida en la cabeza. Fue una suerte que ese vecino suyo nos llamase porque, si no, ahora mismo estaría muerto —me explica la mujer policía, que parece haberse relajado un poco después de la mirada de su compañero.

Una imagen de anoche me viene rápido a la cabeza. La veo a ella. “Maldita zorra”, pienso. 

—Comprendo. Entonces, ¿están aquí para averiguar quién me ha hecho esto? —contesto,
intentando disimular todas las reacciones que mi cuerpo va experimentando. Los policías se miran; parecen estar perdiendo la paciencia. Eso me satisface. 

—No exactamente. Estamos aquí para que nos explique por qué hemos encontrado evidencias que demuestran que su vecina, Becky Hall, podría haber estado durante meses secuestrada en su sótano.
Siento un escalofrío.
—No tengo ni idea de acerca de qué me están hablando, no me acuerdo de nada —contesto de forma hermética.
—Esto es absurdo. Confiese de una vez qué pasó anoche, y dónde se encuentra ahora la chica.
Pensamos que puede estar herida por toda la sangre que había en el lugar. Si la encontramos aún con vida, solo se lo acusará de secuestro —explica el agente intentando hacerme creer que quiere ayudar. Vaya truco más tonto…
Miro a Sally: me interesa saber su opinión.
—No tienes por qué contestar, Tom. No estás detenido oficialmente; no pueden hacerlo hasta que salgas del hospital.
Sonrío: esa es la respuesta que esperaba. Estoy tranquilo: mientras no haya cuerpo, vivo o muerto, no hay delito. Y sé que no lo habrá.
—Lo siento; aunque quisiera contestar, no recuerdo nada.
Veo cómo los policías se rinden, y acaban marchándose maldiciendo. Sé que me he librado solo por el momento, pero ahora tendré tiempo de sobra para pensar en el siguiente paso.