No lo sabía

Gerardo Zarzo

Elisa no sabía que la iban a asesinar. Bajó hasta el garaje buscando su coche, como cada día y, cuando metió la llave en la cerradura, sintió una mano en el hombro.

Yo no sabía que me iban a asesinar. Me desperté más temprano de lo habitual porque había tenido una pesadilla en la que alguien me perseguía. Bajé, como cada mañana (aunque un poco antes), al garaje para coger mi viejo Seat Panda y, antes de abrir la puerta, noté que alguien me tocaba la espalda.

Yo no sabía que iba a asesinarla. Cada día caminaba por el garaje, tan elegante, con sus vestidos o faldas. Se contoneaba como si tuviera derecho a poner cachondo a cualquiera que la mirara y eso no acarreara consecuencias. Yo la observaba desde mi garita de vigilante del parking. Toqué su hombro justo antes de meterse en el coche. 

Se asustó; todavía era de noche, y no esperaba que la tocara una mano. Aquella mano fuerte, áspera y, sobre todo, ajena, no presagiaba nada bueno. Gritó, y entonces él tapó su boca con fuerza y la empotró contra el coche. 

Me di un golpe contra la parte superior del coche y me quedé un poco aturdida. No fui consciente de que alguien estaba intentando violarme, hasta que noté cómo la mano que antes me tocaba la espalda se colaba por debajo de mi falda y me arrancaba las bragas, como el que arranca una mora de un zarzal en agosto. 

Mentiría si dijera que no me gustó el calor de su entrepierna; no es que yo haya tocado muchos coños en mi vida. Y es que el de ella se sentía tan apetecible… Cuando se dio cuenta de lo que pasaba, gritó de nuevo, así que tuve que agarrarla de la cabeza y golpearla con fuerza contra su viejo coche. Una vez, dos, hasta que entendió que era mejor callarse. Aunque quizá se quedó inconsciente. 

Perdió la consciencia tras el segundo golpe contra la chapa de su Panda, al que le hizo una abolladura y donde dejó una levísima mancha de sangre. ¡Qué disgusto se iba a llevar su padre cuando viera lo que habían hecho con su viejo Seat! El vigilante ya tenía vía libre para profanar el cuerpo de Elisa, a la que tanto había deseado durante meses, pero  nunca se había dignado ni a mirarla a los ojos. ¿Timidez? ¿Cobardía?

Yo no soy un cobarde. Un cobarde nunca se atrevería a hacer esto por miedo a que lo pillen. Un cobarde solo se masturba fantaseando con que viola a una mujer, pero nunca se atreve a hacerlo. Y yo lo estaba haciendo. Y me sentía tan bien que no tardé ni dos minutos en correrme. 

Recuperé la consciencia y escuché un gruñido a mi espalda. También noté algo entre mis piernas que me costó descifrar. ¿Sería esto una continuación de la pesadilla? No, no lo era. Alguien me estaba violando y, por el dolor que había notado en la cabeza, debió de haberme golpeado fuerte. Después del gruñido, el que me violaba se separó un poco, y entendí que ese sería mi momento.

Elisa, en un alarde de coraje, empujó al vigilante y consiguió zafarse de él. Este, con la polla fuera y desconcertado por el arrebato de la mujer, se recompuso y fue en su búsqueda. El garaje estaba oscuro, y él  lo conocía como un ciego conoce el camino a la panadería. 

La muy estúpida se pensaba que se iba a escapar. Podía haberse librado, pero tuvo que joderme. Me la encontré gritando en el suelo; se había tropezado con la cadena que le abría todas las mañanas para que saliera del garaje. Mira que no acordarse…

Sentí la cadena alrededor del cuello. La misma cadena que cada mañana me dejaba salir de ese garaje en ese momento me estaba estrangulando. ¿Sería él?

Elisa no pudo saber quién la había matado, pero el vigilante repitió con otra mujer al cabo de los meses. Un modus operandi tan idéntico no pasó inadvertido para el inspector Del Olmo y para la subinspectora Olga, que fue la que tocó la puerta de la garita del vigilante del parking casi un año después de que Elisa se dio cuenta de que la iban a asesinar.