Milonga de pelo largo
Darwin Redelico
… de ojos oscuros
Como la noche, como la noche….
La ciudad se va desperezando luego de una dura noche invernal. Hace dos horas que la cocina de la panadería está activa y el olor de los bizcochos se esparce por toda la cuadra. Aún antes de abrir al público, como todas las mañanas, ya está ese hombre parado al lado de la puerta.
No es un cliente. Es alguien que vive y duerme en la calle. Y que, luego de un pernocte terrible donde apenas pudo cobijarse entre cartones, va a buscar lo que probablemente sea su única comida: lo que no llegó a ser vendido el día anterior.
La encargada del establecimiento abre de par en par las puertas y enciende todas las luces. Como parte del diario ritual, se dirige a la vereda y le entrega (en realidad, le arroja) al vagabundo la bolsa tan esperada mientras contiene la respiración para evitar el asco que le produce el olor nauseabundo. El hombre sale corriendo como si hubiera robado el botín.
Algunos minutos después, ingresa el primer cliente del negocio, un travesti. Luego de haber trabajado toda la noche en la esquina y tras haber soportado la dureza del clima (aunque no tan duro como el trato que recibe de algunos clientes y de la policía), pasa por el comercio al emprender la vuelta a su pensión.
Sin haber cambiado su gesto de asco, la encargada lo atiende. El pedido de hoy es menor que lo habitual: pan, fiambre y agua, indicio de que la noche no fue redituable (pero al menos no la finalizó en una comisaría). No habiendo dinero suficiente, la meretriz hoy no regresa en taxi. Se dirige a la parada del bus a esperar el primer coche.
En esa esquina hay un grupo de cinco hombres de mediana edad concentrados en la tarea de pintar un muro. Pertenece a la fábrica donde trabajaron hasta que los despidieron. Ahora, mediante la pintada, protestan que se les deben aún seis meses de salarios. Salen de madrugada, para evitar ser denunciados.
En la vereda de enfrente, una mujer joven con dos niños chicos y con un bebé en brazos ya esperan a que abra el comedor estatal. Desde dentro de la oficina, ningún funcionario se apiada de ellos, a pesar de la tos asmática del mayor de los niños, que retumba en las paredes. Aguardan la hora exacta para comenzar a recibir gente.
El cuarteto resiste estoicamente el frío matinal, pues es la única posibilidad de que tengan un desayuno. Hayan comido o no, los dos chicos serán llevados a la escuela, para que también puedan almorzar.
En esa esquina, una mujer vieja, de esas que ya han perdido la cuenta de sus años, a cada luz roja del semáforo, inicia el peregrinar entre las ventanillas cerradas de los autos detenidos con la mano extendida.
Pero ya ni siquiera pretende una moneda: quiere que alguien la mire a los ojos.
Mientras, el sol comienza su remontada por el cielo con poco éxito en su afán de templar el día.
La ciudad va siendo invadida por el ejército de coches, buses y motos. Tropeles de empleados, obreros y estudiantes que, con sus bocinas, gritos y alarmas, van pasando por arriba, como una marea, a estos seres invisibles. Los arrinconan, los esconden, los barren bajo la alfombra hasta que puedan volver a la luz.
Cuando la luz de la luna vuelva a asomar.
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BONUS TRACK
MILONGA DE PELO LARGO
Milonga de pelo largo, de ojos oscuros
como la noche, como la noche.
Historias de penas grandes, de gente joven,
de penas viejas, de veinte años.
Consuelo de los que viven siempre arrastrados
por la rutina, qué cosa seria…
Memoria de los ausentes de nuestra tierra
de la violencia, de la miseria.
Te ofrezco mis margaritas que están marchitas,
que están vacías, que ya están secas.
Te doy todas las renuncias de cosas simples,
que llevo hechas, que llevo hechas.
Milonga, mi compañera que me comprendes,
que me proteges, que me abrigas,
frazada del pobre hombre que siente frío
y no se queja.
Ya no se queja,
ya no se queja,
ya no se queja.
Gastón Ciarlo “Dino”