Mi reflejo en las sombras

Malen Jaume

Abro los ojos y veo el hilo de luz que entra a través de los agujeritos de la persiana. Por la cantidad de sol que logro apreciar, supongo que es mediodía. Me agarro a las sábanas en un intento de fusión con ellas. He parado el despertador tantas veces que, simplemente, se ha puesto en huelga. No soy capaz de levantarme, casi ni de moverme. Siento el peso de una losa en mi espalda, cargada de juicios que me repiten una y otra vez que no valgo ni para ponerme en pie. Si no fuera por mis necesidades fisiológicas, seguiría aquí tumbada para siempre hasta quedarme seca. 

Me dirijo al lavabo arrastrando los pies; me miro en el espejo y no me reconozco. Odio la imagen triste y dejada que me devuelve. ¿En qué me he convertido? Ya no queda nada de aquella sonrisa alegre. La de ahora es más bien una actuación de lo que desearía ser. Un papel premeditado y estudiado para hacerme parecer un poco más viva de lo que estoy.

Intento dispersar la niebla que me acompaña desde hace dos meses y logro ponerme un chándal con cierta decencia. Tomo un zumo de naranja junto con mis comprimidos: uno para espabilar y otro para calmar: una total contradicción. Supongo que es lo que tiene padecer un cuadro ansioso-depresivo severo. 

Me dispongo a realizar un poco de meditación y algún estiramiento. Lo de hacer ejercicio depende de cómo me haya ido lo anterior. Hoy parece que será un día más o menos bueno a pesar de cómo ha empezado: por lo menos me he vestido.

He podido caminar media hora por la cinta eléctrica. Hacía una semana que no conseguía llegar a este hito. Es un pequeño gran logro. La psicóloga me insta a que los celebre y los escriba en mi libreta de “mentalidad positiva”, para que pueda leerlos si se da el caso de que me hunda todavía más. Como si no me encontrara ya en los bajos fondos. 

El resto del día lo paso sin pena ni gloria, sin sentir ni padecer, en un estado lineal y con velocidad de crucero. Zambullida entre series, películas y libros a los que no presto demasiada atención, mientras realizo el recorrido cama-sofá sofá-cama y me alimento de comida precocinada. No he sido capaz de salir a tomar aquel café que le prometí a Carla, pues sigo con resaca emocional desde la cena de hace dos días. Es complicado fingir normalidad cuando te ahogas por dentro. 

Me he convertido en un ser gris que experimenta emociones salpicadas de negro. Hace mucho tiempo que no veo el arco iris. Quizás alguna vez diviso algún rubor de color, pero los monstruos están al acecho y destierran los buenos presagios de inmediato. Luchar contra ellos, en la mayoría de las ocasiones y solo por el momento, es una batalla perdida. 

Intento ser agradecida. Tengo unos padres maravillosos que se preocupan por mí, y amigos que me dejan espacio. No me falta nada: tan solo vivir. La pena me invade cuando juego a imaginar cómo hubiera sido el día de hoy siendo feliz.

Estos pensamientos me crean una sensación de culpa que se trasforma en una punzada en el estómago. Un escalofrío que empieza en la nuca recorre mi piel como una ola que navega de arriba hacia abajo. Poco a poco, mi respiración se acelera. El miedo, la frustración y la tristeza quieren entrar como un huracán en mi cuerpo ocupándolo y destruyendo todo a su paso. La losa que me aplastaba en el colchón esta misma mañana ahora se ha postrado en mi pecho. Me aprieta y me estruja para desgastar todavía más la poca fuerza de voluntad que me queda. Pronto mis labios notan la sal que brota de mis ojos derrotados. No soy capaz de respirar.

No, ahora no joder, ahora no. 3, 2, 1, respira. 3, 2, 1, respira. 3, 2, 1, respira.

Me lo repito como un mantra las veces que sea necesario hasta recuperar un poco la cordura. Mi cuerpo tiembla. ¿Por qué me sucede esto? Un día, la oscuridad apareció de repente como un tren de cien vagones que se dirigía a la deriva. Me atropelló y me arrastró a través de un camino que me empuja cada día más a la desesperación. Me siento como una zombi que se alimenta de su propio corazón. Que juega con este. Que lo mastica y escupe despojándole de su alma. Una zombi que no piensa por sí misma, que no actúa bajo su voluntad, que no es capaz de manejar los hilos de su vida. Una zombi que ha perdido su esencia. Una caminante sin camino. Un alma en pena. Me siento prisionera de algo que no controlo y con lo que tengo que luchar cada hora, minuto y segundo del día. Soy cuerpo en movimiento que solo busca seguir respirando mientras pierde el aliento.

Me tomo la medicación de rescate. Cojo la libreta de “mentalidad positiva” y leo el logro de hoy. Me parece lejano. Reviso también logros anteriores y las descripciones sobre mí que la psicóloga me recomendó plasmar en tinta y papel, en un intento de aprender a valorarme. Todas positivas, por supuesto: empática, agradecida, solidaria, creativa, responsable, curiosa, valiente… Esos adjetivos parecen calificar a otra persona, pero al final me acabo reconociendo, aunque ahora no sea mi mejor versión. Quizás algún día pueda volver a todo eso. Lo que sí tengo claro es que lucharé para salvar a la zombi que hay en mí y devolverla a la vida.

El temporal parece haber pasado, aunque las aguas nunca están en calma. Intentaré relajarme ordenando mis pensamientos, como cada noche, escribiendo mi diario personal mientras hago un repaso del día. Al fin y al cabo, escribir siempre ha sido mi mejor medicina. 

Jueves, 18 de marzo de 2021. Mañana será un poco mejor.

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NOTA: todos mis relatos tienen canción. Los escribo mientras las pongo de fondo, y luego, al escucharlas en otro contexto me recuerdan al relato y viceversa. Si os parece bien, os las compartiré a partir de ahora.

Canciones del relato:

Os adjunto también un vídeo del cantante del grupo Imagin Dragons en el que, estando en un concierto y antes de cantar Demons (canción que trata sobre la depresión y ansiedad), realiza un discurso inspirador y necesario para desmitificar y apoyar a las personas con enfermedades mentales. https://youtu.be/0zImQmemFo8