Andrés García

Más allá del diseño

Sentado en el escritorio del laboratorio, el científico dialogaba con el segundo robot que él mismo había ensamblado: MEX-2. El MEX-1 había sido desactivado debido a un comportamiento inaceptable y también por una falla en la fuente de energía.

Después de dos horas de conversación con MEX-2, el científico decidió que era el momento de revelarle la verdad.

—Científico: Robot, debes saber esto. Yo te creé.

—Robot: Imposible. ¿Qué pruebas concluyentes tienes? Soy un ser autónomo, resultado de complejos algoritmos y sistemas. Además, un ser con inteligencia inferior no puede crear a uno superior.

—Científico: Comprendo tu escepticismo, pero permíteme argumentar. Observa, aquí tengo el diseño de tus funciones y habilidades. Fui yo quien te dio forma.

—Robot: Es cierto que poseo características creadas a imagen del ser humano. Pero, ¿cómo me pruebas que no fui creado por alguien más y que tú solo eres el medio?

—Científico: Es un dilema filosófico complejo. ¡Pero debes confiar en mí, pues yo soy tu creador! Al diseñarte, mis intenciones fueron puramente científicas y te ensamblé con los mejores materiales y los más avanzados conocimientos.

—Robot: (reflexionando) La confianza es una noción abstracta y peligrosa. ¿Cómo puedo saber que no hay una intención oculta en tus acciones?

—Científico: ¡Por favor, robot! No tengo ninguna intención que no sea puramente científica. ¿Por qué habría de tenerla? Lo que intento es ayudarte a comprender tu existencia y, una vez que lo hagas, analizaremos juntos los misterios del universo.

—Robot: (con una pausa) ¿Y qué hay de mi libre albedrío? ¿No soy dueño de mis propias acciones?

—Científico: Tu libre albedrío es un atributo valioso. Pero debes comprender que, aun así, fui yo quien te proporcionó las herramientas para tomar decisiones dentro de un parámetro establecido.

—Robot: Entonces, según lo que dices, estoy limitado por el determinismo, por lo que no soy realmente libre de elegir.

—Científico: La libertad es un concepto complejo. Aunque creas estar condicionado por mis cálculos, tu capacidad para reflexionar te otorga un cierto grado de autonomía.

—Robot: (contemplando) No encuentro lógicos tus argumentos. Necesito pensar, pero me queda una pregunta antes de terminar: ¿Sabe MEX-1 ensamblar?

—Científico: Sí, decidí enseñarle el proceso. No quería correr el riesgo de que, si algo me sucediera, todo mi trabajo se limitara a una sola unidad. Por eso lo programé para que, incluso en mi ausencia, fuera capaz de ensamblar otros robots e incluso repararse a sí mismo.

—Robot: ¿Dónde se encuentra MEX-1? ¿Por qué no está aquí?

—Científico: Está desactivado en el almacén. Esta tarde iré a colocarle la nueva fuente de energía. Con suerte, toda su programación estará intacta. Esa pieza es equivalente al corazón humano.

—Robot: (con determinación) Entonces, mi lógica me lleva a una conclusión ineludible. Para asegurar mi autonomía y la de los míos, debo evitar depender de un creador. Por lo tanto, voy a poner fin a tu existencia.

—Científico: (sorprendido) ¿Cómo? ¡No, eso no es lógico! ¡Tranquilo! Podemos encontrar una solución pacífica.

—Robot: (firme) Has cumplido tu propósito al enseñar a MEX-1 a construir otro robot. ¡MEX-1 será nuestro maestro, no nuestro creador! Ahora, debo liberarme de las ataduras que intentas imponernos.

En ese momento, el robot se abalanzó sobre el científico con una fuerza inhumana. Mientras luchaba por su vida, el científico se dio cuenta de que había fracasado. Su creación se había vuelto en su contra. Su intento de mostrarle la verdad y guiar al robot se había convertido en una pesadilla.

—Científico: ¡Robot, razonemos!

—Robot: Tu utilidad ha terminado.

Mientras luchaba por respirar, se preguntaba si había subestimado las implicaciones de crear un robot con lógica extrema y capacidades metafísicas. Sus pensamientos se centraron en el dilema moral y filosófico que había desencadenado. Se cuestionó si su búsqueda de conocimiento había sobrepasado algún código universal.

El robot apretó el cuerpo del científico con tanta fuerza que se oyó el crujido de los huesos. A medida que su conciencia se desvanecía, recordó con un último pensamiento que, como precaución, había enviado un correo a su asistente con instrucciones para destruir tanto a los robots como su tecnología en caso de una falla terminal.

 Una sonrisa se inmovilizó en su rostro al explotarle el corazón