Sandy Manrique

Mar en calma

Desde que tu madre murió te gustaba vivir en medio de sueños. Esos que te acompañaban igual de día que de noche. En tu cumpleaños trece compartiste tu deseo con alguien. Lo compartiste con Fernando, tu mejor amigo desde el preescolar.

 

Te vestiste primorosamente con cosas prestadas de casa de tus primas. Vestido. Labial. Rizador de pestañas. Loción. Luego de que tu padre saliera a trabajar te quedaste en tu cuarto esperándolo. Temías que no apareciera.

 

Cuatro horas te habían sido pocas para prepararte.  Te habías asegurado que estabas tan perfecta como era posible. Que ningún cabello tuyo estuviera desordenado. Y él no llegaba. Una luminosa oscuridad te hacía compañía.

 

La emoción pintó en tu cara cuando lo escuchaste tocar la ventana. Le dejaste pasar. Estabas feliz. Pareciera que hubieses recibido a  muchos novios en tu vida. Pero no, era el deseo.

 

Todo el tiempo que Fernando estuvo contigo se sumieron en un suspiro eterno. Tú sentías como si acabaras de descubrir lo que significaba existir en este mundo. Pensabas que estaban destinados el uno para el otro. 

 

Descubriste que no se necesitaban palabras cuando las partes del cuerpo estaban diseñadas para acoplarse. Primero fue la prisa. Luego gemidos suaves. Unirse con pasión hasta que terminaste mirando al techo, pensando en un destino incierto.

 

Al otro día amaneciste queriendo que los besos de Fernando se te notaran encima, pero nada. Te fuiste a la escuela. Ahí te encontraste con él. Caminaste de manera juguetona. Le sonreíste coquetamente. Fernando se fue al campo pateando su pelota.

 

A ti te faltó el aire. Te pusiste torpe. Tuvieron que repetir tu nombre tres veces antes de que dijeras presente. Pero cuando llegó  la noche, te llegó un mensaje de Fernando y accediste a verlo. Otra vez lo dejaste  venir a tu casa.

 

Así continuó todo poco más de un año. Cuando intentabas alegarle algo, él te distraía. “Estuve pensando en ti el día entero”. Y tu no entendías, pero no podías resistirte. Era como estar en una caja musical repitiendo el mismo baile sin descanso.

 

Fernando te dijo una noche que todo lo que sucedía en la escuela era mentira. Que la realidad era lo que pasaba contigo durante las noches. Que te quería. Y tú sabías que no era verdad, pero preferías no decir nada, sumirte en un aparente mar de calma.

 

Hoy, tras tantos años te has encontrado a Fernando. Ha llegado a pedirte empleo. Te mira con curiosidad. Ahora luces diferente. Tienes un retrato familiar donde posas con tu esposo y dos hijos. Ya no eres su cuate de juegos. Ya no eres Renato, sino Renata.